23 de noviembre de 2010

Lenguas Extranjeras - O de lo que supuestamente es nuestra lengua nativa

Escena 1. Cutrinente (Cagafú). La compañía deprime: los jóvenes de los "pirsin" (piercing = perforaciones) y los "tatús" (tatoos =tatuajes)

[NOTA: asisto con pena a una nueva claudicación de la RAE que opta por el sistema "si no puedes ganarles, súmate"... y quiere decir "súmate a las Belen Esteban de España que son miles, cientos de miles, millones, y acepta edila y escúter y pirsin entregando a su muerte a las palabras españolas que hagan falta para contemporizar con los jóvenes de hoy... esos jóvenes del pirsin y los tatús")]

los jóvenes que compran sus güisquis y sus ginebras para el botellón ("litros de alcohol corren por mis venas, mujer"... son Ramóncín y Belen Esteban, esos referentes sublimes de nuestra cultura popular) (¿cuánto tiempo se tarda en desarrollar una cirrosis? el primer síntoma, digo yo, es la estupidez),

y luego están también aquéllos de los anteriores que han crecido para convertirse en padres de familia, la Yoli (que no Yolanda) y el Míguel (que no Miguel): la Yoli ya no es lo que era, esa chica hortera pero mona, qué cara y qué ojos tenía!, se te olvidaba su aspecto cuando le mirabas los ojos, que iba también al botellón no hace tanto, pero su cara se ha embrutecido o es que es como las mandrágoras, bonitos bebés -monstruos de adultos y ahora es una madre hortera (que no mona); el Míguel, que se dejó cresta y coletilla y que "tuneaba" su coche, va con cara de "se acabó la juerga" mientras intenta ignorar a la carne de su carne que toca, grita, corre y molesta (como todos los niños), pero a quien nadie pone en su sitio, hasta que la madre le grita alguna cosa realmente impactante viniendo de una madre de familia, pero parece que han oido otras cosas parecidas y no les impresiona, y siguen poblando el aire con gritos. Mama (que no mamá) y Papa (que no papá) tal vez miren a los jóvenes de las litronas con añoranza de sus propias noches en vela con música que no lo era.

Y sigue, porque la gente que visita Cutrinente envejece mal y se viste peor, y a los 40 parece que tienen 50 o 60, y se les encorva la espalda como si llevaran encima el peso de mil tristezas...

Pasa ahora el prohombre, el culmen de la respetabilidad, creo que es auxiliar en un Juzgado. Tiene un llavero grande con varias llaves colgando de la hebilla de su cinturón, tal vez uno con un escudo de su equipo de fútbol. Llevar una riñonera es opcional... Todo en su persona respira satisfacción consigo mismo. Él no es uno de estos del campo, o de la barriada. Se ha elevado. Tiene estudios! Los domingos, su prole puebla los bordes de las fincas con la mesa plegable y el tupper con los filetes empanados, y vuelven de la excursión oyendo "Carrusel Deportivo" a eso de las 7 que mañana se trabaja.

Yo solía reirme de un amigo sevillano, que reaccionaba ante los sitios según la forma de vestir de la gente que los frecuentaba: "vámonos, que esto está lleno de catetos", era su expresión favorita. Ahora que yo soy uno de ellos, uno más, ¿evitaría mi compañía? Siento un escalofrío de desaliento, de desesperación. No me prepararon para esto. Soy patético, marqués de la Media Castaña que no tiene donde caerse muerto, sufriendo ante las manifestaciones de vulgaridad de sus... ¿iguales?
"No participaría en un club que me admitiera como socio... especialmente en el Club Punto Ahorro".
El clasismo, como todos los pecados de soberbia y vanidad, castiga a quien lo sufre mordiéndole los tobillos con saña como un perro pequeño.
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Entré para comprar una lata de coca-cola. Me acerqué a una pareja con dos niños que esperaba su turno en la caja. "¿Me podrías colar? Sólo tengo la coca-cola". El padre, uno con aspecto de haber pasado por la cárcel, aunque como no es mi caso posiblemente me equivoque con las señas de identidad, me dice algo. Tal vez sea un juego de palabras tipo trabalenguas "colar la cola", y estaría bien, pero no le acabo de entender entre que lo dice entre dientes y con acento. Y sonríe. Su sonrisa me da miedo. No es una sonrisa de broma. O yo no sé reconocerlo. Parece la sonrisa que precede a una pelea en una discoteca, o en un callejón. Entre gente como él. Su mujer, la Yesi de turno, me hace un gesto para que pase, y a la vez quizá para que pase rápido y no abuse de mi suerte. Como de todas formas me he quedado amoscado, incapaz de conciliar el gesto de buena voluntad con esa especie de sarcasmo, me vuelvo y digo "Perdona, no he entendido la broma de antes". A lo que él me contesta "Ni yo tampoco". Vuelvo a ver ese canino en su boca, el aviso de peligro. Como burguesito acojonado, fuera de su ambiente, pago la lata y me voy sin mirar atrás.

No hablo su mismo lenguaje.

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