10 de mayo de 2010

Esperas. Desesperas (dedicado a mis amigos, Greed y Rocío... e indirectamente a Isabel)

(Faltando a mi costumbre, voy a incluir en el blog algo bueno, jajajaja... Déjame que diga "bueno" y admite "pulpo" como animal de compañía... Se trata de una carta a una vieja amiga, Rocío, y una conversación q tuve hace un par de días con un nuevo amigo, Luis, a.k.a. "Greed". El tema es el mismo: la espera. Porque me da la sensación de que no me muevo, de que estoy eternamente esperando algo... el futuro, tal vez, del que hablaba Isabel)

Esperando en la Feria a una chica...
En las esperas siempre hay varias fases:
- la primera, alegría, cuando estás feliz con lo que llegará, ilusionado, anticipando la conversación (o lo q se tercie)
- la segunda, la duda, cuando te preocupas "¿habrá sido raptada por el Mossad?" "¿estará desangrándose en una esquina, pronunciando con sus últimas fuerzas mi nombre?"
(o simplemente "¿seguro que le dije bien el sitio? ¿qué se puede entender cuando dices fuera de la caseta? sobrevolándola?" ... y miras para arriba.)
- la tercera, es el cabreo sumo. "Y esta hija de la gran puta ¿dónde cohone está??? Cuando llegue la degüello!!"
- la cuarta, la del bajón... "no soy nadie, no merezco ni una disculpa, sólo se planta a los capullos insignificantes... yo soy un capullo insignificante"

Y aquí me tuve que ir. Eso es lo que tiene la espera, que nunca sabes cuando perderá la cabeza...

Sobre el tiempo que no se usa, y sobre cómo usar el tiempo.
Resulta que tengo un montón de tiempo en mis manos. Me quedé esperando a una novia que nunca vino en una esquina de una calle. Así que todos los minutos, horas, días que estuve en aquel limbo están ahora aquí paseándose con pancartas reivindicativas ante mis ojos. "Queremos trabajo", dicen. "Más acción y menos reflesión", se lee en otra escrita con letras rojas, y no puedo evitar la reflexión de que "reflesión" es con equis, pero cualquiera se lo dice a la hora y cuarto que lleva la pancarta, que la he reconocido y es ésa en la que me dediqué a mirar las nubes que pasaban, como si fuera un protagonista de Guerra y Paz que no tiene otra cosa que hacer que observar el cielo azul. Mis horas, años, siglos, están hartos de ser ninguneados. Y les entiendo. Tuvieron la mala suerte de caerme a mí. Si le hubieran caido a alguien distinto, quién sabe cuál habría sido su suerte. Quizás ese alguien les transformara en las pirámides de Egipto o en la cura del cáncer o en componer la melodía más hermosa que jamás cantara tenor orondo (y que luego versionara un grupo rock 1. sin talento para crear sus propias canciones, 2 pero sí muchas fans que 3. gritan en los conciertos y se desmayan y 4. vuelven a gritar cuando las despiertan con frascos de sales los de Protección Civil... lo que sea).
Tengo todo ese tiempo en mis manos, y está ahí como equipo de futbol que busca el consejo de su entrenador antes de un partido, pero el entrenador es un tío de prácticas que no tiene ni puñetera idea de cómo utilizarles. Y por qué será que están de prácticas siempre los que no tienen ni puñetera idea de lo que practican, pero son jóvenes como el cantante del grupo de rock y no les hace falta nada más, como a aquel de referencia, que el encanto de ser jóvenes. Y mi equipo de lustros, quinquenios, milenios va a perder el partido sin salir del banquillo, porque yo estoy de prácticas y no sé para qué sirven. Sólo los veo allí ante mí jóvenes, llenos de energía y potencial, esperando mis indicaciones, aguardando impotentes a que a mí se me ocurra qué hacer. Así que, sí, tengo un montón de tiempo acumulado. Y he pensado que ya que no les doy uso organizado, podría darles otro caótico. Y mandar a una hora a aprender esperanto y otra a acercarme a las artes y tres a estudiar una mañana una oposición que no aprobaré y veintidos a contar mis posesiones.

POSESIONES
Y es curioso que haga listas de cosas que tengo, de la música y las películas que he descargado en internet, porque con esa música y esas películas ocurre lo mismo que con mis horas y minutos, que no les saco partido, no las escucho, no las veo. Es como si de repente hubiera llegado esa situación que anunciaba Star Trek, cuando todo el mundo puede tener cualquier cosa, que existen replicadores, máquinas que pueden fabricar cualquier objeto de la nada. Y entonces dejará de tener sentido poseer por el mero hecho de poseer, porque todos poseerán todo y cualquier cosa. Es pensar que tendría algún sentido contar cada grano de arena del mar, como obsesivos-compulsivos. Están allí para tumbarse sobre ellos en los días de sol, o para construir castillos, o para llenar clepsidras... Y todos los que hacen eso con esos granos de arena no necesitan que nadie les diga "tiene usted 830.000 granos sueltos de salicatos", aparte de la curiosidad anecdótica y por si de repente deciden jugar un Trivial y les cae esa pregunta cuya respuesta sería de otro modo irrelevante. O sea que así empleo mi tiempo, tal un señor funcionario conserje que después de leer el "As" o el "Marca" tras su escritorio, decide que va a pasearse por el edificio del que es conserje titulado y contar las bisagras de todas y cada una de las puertas que están a su cuidado. ¿Para qué? Para huir del tiempo que acumula, para distraer su persecución, mandándole a hacer recados inanes. Para justificar su existencia y su sueldo. Es triste eso de haberse especializado en huir del tiempo, como mujer que sólo saber hacer compras o ludópata que desearía poder tener infinitas monedas para emplear la eternidad en nutrir a la tragaperras hasta que por azar o por matemáticas salgan tres ciruelas o tres diamantes dibujados. Y corro delante de mis minutos cabreados como corre el delincuente juvenil, con rapidez de gacela, con velocidad de miedo. Todo consiste en correr más que ellos, en no dejar que te alcancen. Y con suerte llegará un punto en que dejen de hacerlo. Ahora que enseño al burro a no comer, va y se muere. Morirse es renunciar al tiempo, dejar la política con sus ejercicios de mentira para abandonar la tarea de gestionar los recursos. Al tiempo se le engaña con promesas, con esperanzas, con objetivos irracionales e imposibles. Como hacen los políticos siempre. Yo al tiempo mío le engaño así y hasta ahora ha funcionado. Sé que aumento la deuda histórica conmigo mismo, pero ¡oye!, échame un galgo a ver si me pillas. O será la muerte, con cara de galgo impasible e incrédulo, la que me alcanzará y ya no tendré que seguir buscando excusas para hacer la inacción. Divide y vencerás. Cada minuto es diferente y no sabe que le miento igual que mentí a los otros. Soy un amante de minutos que jura como todos los amantes oportunistas: "tú eres la única" o "nosotros tenemos futuro; tendremos hijos y una casa y un coche familiar y miles de obligaciones". Y todos mis minutos creen que son especiales, que son el principio de algo, que el propósito es real.
Pero para eso debería ser yo otro, uno de prácticas que supiera o un donjuan que deseara sentar la cabeza.

ESCRIBIRÉ UN LIBRO
Ahora digo que voy a escribir un libro, y será una enciclopedia con 100.000 entradas o 200.000. No regateemos con eso. Pero no estarán en orden alfabético, sino según se me vayan ocurriendo. Digo yo que tendré 100.000 cosas que decir. Todo el mundo las tiene a poco que se mire en los bolsillos del cráneo. Puedo incluso copiar las entradas de otros, glosarlas o interpretarlas. Hablaré del amor y contaré la película como la ví. O tal vez hable de otros pecados capitales. Porque el amor es el pecado capital por excelencia. Como la gula, la lujuria o la avaricia, no tiene límites, es voraz, quiere más de lo que puede o lo que le conviene. Es mucho chau-chau y luego... "nunca me había pasado esto antes". Sólo con el amor tengo para 200 entradas. Digo yo. Claro que también puede ocurrir que sólo sea una, pero contada muchas veces de formas aparentemente distintas. A lo mejor lo fundamental no requiere muchas palabras, sino sólo una. Como el "ooooooom" de los sabios zen. Lo que se diferencia de la charla inacabable e intrascendente de la cotilla, una frase que no termina nunca, salvo que el ascensor llegue a su piso y te puedas bajar y dejarle con la última palabra en la boca.
Voy a escribir un libro sin estructura, como mueble de Ikea en piezas sueltas. Y como los muebles de Ikea tendrá partes inexplicables e intraducibles. "¿Qué coño hago con este tornillo?". Y el lector tendrá que coger el capítulo "Fôlkavagen" y saber que se une al pequeño comentario "Urkegünsta", y así y sólo así tendrá un armario ropero o un best-seller. Será un libro para jugadores. ¿Qué te apuestas a que con todas estas ideas aparentemente sin conexión monto una historia como jamás se haya leido? La vida es eso mismo, un armario ropero por montar con instrucciones ilegibles (y encima se le encarga al ubicuo tipo en prácticas). Así que mi libro será mi vida entera, el universo antes de que el big-bang existiera para darle dirección, materia arracimada, padre de todas las estrellas imaginables. Cada persona es un mundo. Tal vez no el mundo que elegirías para vivir, sino un planeta de clase D, difícilmente habitable debido a su atmósfera de metano, a sus vientos horrísonos o a su gravedad que aplana el plano. Pero tal vez el planeta, el libro, la vida tenga algún bien precioso por descubrir: dilitio, una mena de hierro, una variedad exótica de planta comedora de metano que en primavera es preciosa, mira cómo se pone de bonita con sus exóticos pétalos y su exótica corola.... ¿Y cómo lo sabrá nadie si no lo visita?. ¿Servirá esto para convencer a alguien que lo visite? Aventureros u ociosos. Locos o santos. Todos tienen la característica común de hacer lo que nadie hace y tal vez una vez hecho se revele que era importante o magnífico. O no. Cuántos aventureros partieron buscando el Dorado y se perdieron para el resto de la Humanidad en algún punto de la selva o en el estómago de una tribu antropófaga. ¡Cuántos santos no han pasado al santoral porque se ignoraba que estuvieron en una columna aislados toda su vida y fueron visitados por tres gaviotas o Dios y les entregaron respectivamente un montón de guano o siete verdades fundamentales!
Las verdades fundamentales nos visitan como gaviotas, o como Dios, siempre cuando estamos en la soledad más absoluta y sin papel para escribirlas o para limpiárselas del hombro. Es lo que tiene subirse a una columna.
O esperar a una novia que nunca nos quiso en una esquina.
Un tiempo inmenso, una inmensa soledad, donde las verdades fundamentales se mezclan con el guano sobre las hombreras.

2 comentarios:

  1. es en lo que nos diferenciamos de los ingleses, aquí se estila el llegar muy tarde a las citas...

    aunque la estampa del hombre plantado es cosa internacional

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  2. El apartado posesiones y "escribiré un libro" me han gustado mucho :D

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