23 de septiembre de 2011

09 - Lo que pasa después de las mil y una noches... En el proceso de vaciarme.... un cuento más de rafarrojas

Cuando os lo haya contado todo, cuando haya regurgitado cada uno de los poemas y cuentos que he ido haciendo a lo largo de los años... ¿qué quedará de mí? ¿seré como una cáscara vacía del tipo que quiso ser pero no llegó?
El siguiente cuento trata de eso, de lo q supuso la noche 1002 de Scherezade. Lo escribí hace.... oño! once años ya? Y por lo que creo q merece la pena es porque la narración pasa de un personaje a otro (lo q por otro lado lo hace a veces un pelo lioso)

LA NOCHE MIL Y UNA
- Se llamaba Zoraida. Era bajita y más bien rechoncha, pero a mí me gustaba. Al tacto era muy suave y luego, ¡cómo sabía moverse entre los cojines! ¡Qué flexibilidad de junco, qué agilidad de bailarina y qué brío! Y era risueña. Siempre se estaba riendo, como si acabara de recordar una broma secreta.
Descubrí qué la tenía de tan buen humor de la forma más dolorosa. Una tarde la caza no se había dado bien. Tal vez era porque me apresuraba inconscientemente para volver a su mullido abrazo. Pronto atravesé los largos pasillos de mi casa, a medio correr de hecho, pero justo cuando estaba a punto de llegar a los aposentos que compartía con ella, se me ocurrio refrenar mi paso. Le daría una sorpresa.
- ¡Y vaya si me dio una sorpresa! A mí y a Ahmed. Ahmed era un chico muy serio. Siempre me han gustado los hombres que tienen ese gesto concentrado, el ceño a punto de ser fruncido, como si tuvieran algún proyecto importante en la cabeza, un asunto de los que no permiten ligerezas. Tal vez porque la mayoría de los del género masculino no hacen otra cosa que sonreirme como idiotas. Y babear, que cuando bailaba para ellos casi resbalaba sobre su deseo. Además Ahmed tenía un cuerpo fibroso, lleno de musculos y llegado el momento se entregaba con pasion. Habría hecho un buen compañero de baile.
- Yo, en realidad, lo que habría querido ser era capitán de la guarda. Eso era algo que podía hacer bien. Me gustaban las armas y el combate. Mi padre siempre me decía que no tenía cabeza para los números... ni para realmente nada, ya puestos. Y todo porque aquella vez me equivoqué en un trato y una caravana partió hacia Damasco con un lote de alfombras a precio de saldo. Creí que al menos podría hacer carrera sirviendo al Príncipe, donde nadie me iba a engañar, que la que hablaba era mi espada y a ella no se la pegaba nadie.
- Pero a mí sí, por lo que se ve. Allí estaba mi mujer y uno de los que se supone que protegían mis espaldas, cubriendo las de ella. He de reconocer que, por un segundo, pensé en retirarme por donde había venido, tanto la quería a ella. Hacer como si no hubiera visto nada... Pero entonces ella me vio y su mirada me dijo que habría de ser fuerte y hacer lo que debía.
- Es triste pensar que yo se lo sugerí. ¿Quién podía esperar al ser descubierta que podría hacer otra cosa que hacernos ejecutar a ambos? Aquella mirada de "matarme es lo que toca", en realidad era "supongo que ahora tocará ser muerta", que no es exactamente lo mismo.
- No entiendo la diferencia.
- Pues la había.
- Yo no miré de ninguna forma.
- Cierto, estabas de espaldas. Pero ella habló por los dos.
- Pues muchas gracias!
- Así que decidí no volver a tener nada que ver con ninguna mujer. Pero por más que yo lo hubiera decidido, mi cuerpo tenía algo distinto que decir. Al menos me quedó suficiente cabeza para no dejarme arrastar por ese inflexible y flexible amo sin tomar alguna precaución.
- Es una forma de llamarlo. Cortarme la cabeza después de pasar una sola noche contigo, me resulta un tanto desmedido.
- Y a mí.
- Y a mí.
- Y a mí.
- Yo no sabía siquiera que ése era el trato. Mi padre no me contó nada. Solo contaba los camellos que le disteis de dote. Mi madre sí, lloraba al despedirme, pero todas las madres lloran cuando su hija se casa.
- Lo siento. Si realmente se me hubiera ocurrido otro modo de evitar enamorarme...! Y de manteneros fieles. Pero soy un romántico incurable. Basta con que repitiera una vez con alguna, para que quedara prendado. Si os sirve de consuelo, me costaba toda mi fuerza de voluntad despedirme de vosotras al acabar la noche, sabiendo que no os iba a ver allí al día siguiente.
- A mí sí me consuela.
- Tú es que eres tonta.
- No le digas eso... ¿Y tú eras?
- Miriam.
- ¿Una de ojos rasgados?
- No, ésa era yo.
- Yo tenía ese antojo en el hombro, con forma de dátil que no parabas de mordisquear.
- Es verdad, ahora caigo. Espero que no te doliera mucho.
- ¿Los mordiscos?
- Lo dicho: es tonta.
- Estaba bromeando.... Lo justo nada más.
- ¿Ves? Por mujeres como tú, me empecé a replantear mi idea. Además me salía la cosa cara, con tantas dotes como tenía que dar. Aunque supongo que luego los recaudadores se encargarían de resarcir el daño en mis arcas. El hecho es que entonces pensé: "a lo mejor, si en vez de hacer el amor, hablo con ellas, puede que no me enamore a la primera de cambio". Y, por supuesto, me aseguraría de no cometer el error de poner un arma cargada cerca de unas potenciales suicidas, si me permitís la licencia.
- ¡Como qué nos dabas tiemo para pensar en el suicidio, antes de que nos hubieras "suicidado" tú mismo!
- Me quitó el arma y me dio arrobas extras de peso y una voz aflautada. No creo que ganara con ello. Eso sí, el trabajo era bastante cómodo. Se conocía gente, y eso.
- Pero ellas no hablaban mucho. Y yo soy bastante tímido. Así que acabábamos haciendo lo que no precisa de mucha palabra ...aparte de "perdona, corre un poco ese codo". Hasta que llegó ella.
- Cuando llevas una vida encerrada entre cuatro paredes, sola con otras mujeres, o acabas como la segunda esposa de mi padre y mi tía inventando chismes sobre gente de las que hablaban con sus maridos, o que conocían de refilon al venir a casa como invitados...
- O a intrigar como ocurría entre las de mi casa...
- O a quejarte del marido, si lo tenías.
- O a soñar con el que te esperaba, y con organizar su casa, si no.
- ....o acababas por inventarte toda la vida. Historias como las que me contaba mi padre cuando era niña, sentada en sus rodillas.
- Siempre fuiste mi preferida. Me hacía gracia cómo querías anticipar tú un final que no conocías: primero cuando aún eras tan pequeña que casi no sabías ni hablar y lo que se te ocurria era disparatado y absurdo. Y después, según fuiste creciendo y mejorando. Hasta que, al fin, era yo el que te lo pedía.
- Mil noches, todas con cuentos. Y he de decir que tan buenos que ni siquiera se me ocurría interrumpirte para hacer nada.
- En ocasiones llegué a dudar de mi atractivo. Sobre todo, según fue pasando el tiempo y ví que no hacías el menor amago.
- Es que eran buenos cuentos.
- Al principio era fácil. Tenía muchos cuentos que ya había pensado de antemano. Y, con la práctica, tú mismo me dabas ideas....
- ¿Sí?
- Sí. Veía qué argumentos te gustaban más. Y también hacías preguntas. Tus preguntas me salvaron de un par de atolladeros. Del tipo: "¿encontró una isla?". Aprendí a hacer que me echaras una mano sin saberlo, diciendo "y entonces, ¿sabes lo que le halló Simbad en aquel viaje?". O "y, entonces, el genio, ¿sabes lo que le dijo a Aladino?".
- Buen truco.
- Pero los trucos se acaban. Y cometí un error. Me enamoré de tí. Las mujeres no son como los hombres. No nos enamoramos por hacer el amor, sino que hacemos el amor porque nos enamoramos.
- Yo no.
- Bien, pues, la mayoría de las mujeres...
- Yo, tampoco.
- De acuerdo, vale, sólo yo. Me enamoré porque tuve tiempo para conocerte. Pero digo que no era buen asunto, porque las imágenes que acudían a mi cabeza, no eran las de viajes fantásticos, sino de nosotros dos, siendo vulgarmente felices. Y no me venían a la mente las palabras de genios y djinns y sus rostros, sino las tuyas.
- ¡Qué bonito!
- Yo diría que qué peligroso. Y encima, empecé a preocuparme por fallarte. Te imaginaba decepcionado, sin una historia que te distrajera de tus mil obligaciones como Príncipe de los Creyentes. Y no lo podía soportar. Y empecé a codiciar demasiado los cuentos. Los sueños no deben ser codiciados. Debe uno mostrar el mismo desinterés por ellos que el que mostraría el que quisiera vencer la timidez del animal salvaje. Se acercará por propia decision o no lo hará nunca.
Debe dejarse llevar. Nunca ser impaciente, que aquél que lo hace adelanta a su guia y acaba por perderse.
- ¡Qué bien habla!, ¿verdad?
- Y eso sin contar mis deseos de hacer poemas. Uno sobre el viento que astutamente lograba alcanzarme aun en aquel jardín, sorteando mil guardas con sus alfanjes. "Viento del desierto, música seca" iba a llamarlo, y decía "ese viento sobre el que cabalga la voz del almuecín, y que alcanza al mismo Alá...." Pero me estoy desviando. Finalmente llego un día en que no se me ocurrió nada. En que temí por mi vida.
- ¿Pero, cómo pudiste pensar que yo te causaría algún daño?
- Bueno, a las pruebas me remito.
- .....
- Fue el día que más cerca he estado nunca de odiarte. Me torturaba: "todo lo que he hecho para él hasta ahora, ¿no ha servido para nada? Aquellas veces, cuando ya nos despedíamos, y él tenía ese gesto, ¿no era, después de todo, cariño?"
¿Cómo me había engañado tanto?... Claro que te quería más de lo que te odiaba. Y cuando apareciste, sentí en el estomago que entraban a la vez por la puerta mi vida y mi muerte.
- Yo sentía algo parecido. Aunque no sabría expresarlo tan bien como lo has hecho tú.
- Adulador.
- ¡De verdad...! De verdad. Y es que tenía miedo de que no supieras reaccionar. De que algún gesto tuyo, traicionara nuestra felicidad haciendome dudar de tí y de tu amor.
- Y justo cuando pensaba que me ibas a matar, porque no tenía un cuento, ocurrió algo más maravilloso que el más maravilloso de las cuentos: tú te arrodillaste ante mi.
- Y te dije: "Scherezade, ¿quieres ser mi esposa?"
- La luna ya estaba alta en el cielo, cuando finalmente nos calmamos lo suficiente. Y él recordó: "Mil noches..."
- Y ella me corrigió: "Mil y una, mi Señor"
- Y él rectificó, riéndose: "Mil y una, bien,... Bueno, dime, ¿y qué cuento me habías preparado para hoy?"


---ooo0ooo---


- ¿Ya ha terminado tu historia? ¿Eso es todo? Bien. ¡Vosotros, cortadle la cabeza a éste!


FIN DE LA NOCHE MIL Y UNA, un cuento más de vuestro amigo, el pringao, rafarrojas

2 comentarios:

  1. La historia ya tiene su final. El cuento 1002 está contado por Rafarrojas. Me quedo con la bonita frase de las mujeres que hacen el amor porque se enamoran. Aunuqe no siempre sea cierta y otras muchas veces sí. Da igual. Cuando acabes con los cuentos a lo mejor te queda la imaginación de hacer nuevos. Yo tengo novelas, cuentos, poesía, etc. pero no incluyo nada en el blog por timidez. Y una timidez justificada en mi caso pero tus piezas breves están bien y no veo por qué no pueda haber nuevas.

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  2. (""cuando haya regurgitado cada uno de los poemas y cuentos que he ido haciendo a lo largo de los años... ¿qué quedará de mí? ¿seré como una cáscara vacía del tipo que quiso ser pero no llegó?"")

    Yo creo que ando ya un poco así,,, jajajaja
    Que ingenioso cuento.
    Saludos desde la ciudad de las palmeras.

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