19 de septiembre de 2011

05 El terrible monstruo de Miralmonte, otro cuento de rafarrojas (q cayó del sicomoro)

Otro cuento para niños de rafarrojas. Lo escribí hace ¿qué? siete años?... El primer destinatario, mis hijos, que si bien son más buenos que el pan, no vinieron con pan debajo del brazo ni con editorial q se comiera lo que fabrico.

EL TERRIBLE MONSTRUO DE MIRALMONTE
Había una vez un pueblo de casas verdes al pie de una montaña que se llamaba Miralmonte. Era un pueblo bonito y la gente vivía feliz allí.
Pero un día el señor Gordo, que era un hombre realmente gordo que siempre estaba sudando, bajó corriendo de la montaña. El señor Gordo tenía una tienda donde vendía de todo. También caramelos. Creo que por eso era tan redondo como una pelota y tenía que llevar una sábana en el bolsillo del pantalón para secarse los goterones de sudor que le caían por la cara continuamente.
Había ido a buscar setas, que le gustaba comerlas con ajo y limón, y de repente lo había oido. Un ruido que le había hecho olvidarse de las setas. ¡Tuvo que ser un ruido terrible para que no pensara en la comida!
Dijo que era como un rugido de un león, pero peor.
- ¿Lo vió?
- No. ¡Y menos mal! Porque si me llega a ver seguro que me come - contestó, y aunque ya no estaba corriendo volvió a echarse a sudar.
Y lo curioso es que muchos de los que le oían también echaron mano al pañuelo para secarse el sudor que les había entrado.
Entonces, el señor Salami, el de la granja de al lado del río, dijo:
- A mí me ha desaparecido un cerdo.
El señor Salami no hablaba mucho. Quiero decir… ¡No hablaba nada! Por eso cuando lo hacía, la gente le escuchaba con la misma atención con que habría escuchado a una piedra que hablara.
En ese momento todos se imaginaron un monstruo comiéndose el cerdo del señor Salami.
Un monstruo horrible.
Y la señora Balcón, que vivía en la casa que estaba al final del pueblo, como colgada de la falda de la montaña, añadió:
- Anoche ví una sombra que cruzaba de un lado a otro del pueblo por el aire.
La señora Balcón se pasaba todo el día mirando por sus ventanas desde las que se veía todo el pueblo. Así luego podía decirle a todo el mundo lo que había hecho el otro día.
- ¡Dios mío, Jacinto, esa cosa vuela!- dijo la señorita Pitiminí, una chica que rápidamente se ponía colorada por cualquier cosa y que ahora estaba más roja que los tomates de su padre, a su novio que era un chico bajito que se estaba dejando bigote para parecer más imponente. Jacinto le rodeó el hombro con el brazo y le dió unas palmaditas en la espalda.
- No te preocupes, florecilla. Ningún bicho te tocará un pelo, mientras esté yo aquí.
Pero no se le veía muy tranquilo a él tampoco.
- ¿Vd que opina Don Sapientísimo?
- Sí, ¿qué cree Ud Don Sapientísimo?
Don Sapientísimo era el maestro del pueblo. Los niños le llamaban Sapo, porque era calvo como un sapo o porque tenía las piernas arqueadas con la edad, o vaya usted a saber porqué. Don Sapientísimo lo sabía, pero se lo perdonaba, porque quería mucho a los niños. Y Don Sapientísimo era un hombre muy culto, que leía el periódico y muchos libros, algunos en otro idioma... o eso le parecía a Estafeta, la niña que trabajaba en Correos y que entregaba las cartas y a veces las leía (si llegaban abiertas).
Don Sapientísimo titubeó:
- Bueno, un ser que vuela y ruge y come cerdos... En los libros antiguos se habla de animales como el grifo, mitad aguila mitad león, o de los dragones, que parecen lagartos o serpientes gigantes que escupen fuego y tienen los dientes...
Todos le escuchaban cada vez más asustados. Don Sapientísimo se dió cuenta del efecto que estaban causando sus palabras y se quedó callado. Y luego añadió:
- Claro que estamos hablando en teoría... De leyendas... La señora Balcón podría haber visto en realidad la sombra de una nube...
Pero los miralmontanos ya no le escuchaban. Estaban demasiado ocupados pensando en sus animales, que podían servir de cena a la bestia, o en ellos mismos. Estaban muertos de miedo.
Aquella noche nadie quería irse a la cama. ¿Y si aquel monstruo volvía y....? Y les parecía que había demasiado silencio o que sonaban ruidos raros fuera. Y cuando apagaban las luces, un armario que esa misma mañana les había parecido un armario, ahora, en la oscuridad, parecía una boca enorme; y las perchas, dientes...
A la mañana siguiente, Hacha, el joven leñador, fue a ver a su amigo Arfa, el pastor, que estaba cepillando a Dulce, su cabra favorita. Arfa dormía con las cabras y sus perros, Gordon y Arden, en el monte.
- ¿Sabes lo que cuentan? - le soltó Hacha.
Y en dos palabras, con esa forma de hablar cortada que tenía, como a golpes, le resumió toda la historia.
- Y yo digo: ¿por qué no hacemos algo?
- ¿Algo como qué?
- Pues, no sé,... Ver cómo es, por lo menos... A lo mejor poner una trampa... No sé...
- Pero si es tan terrible como dicen...! Aunque la verdad es que no me gusta pensar que pueda haber algo que se coma a las cabras. Si lo hay, prefiero enfrentarme con ello.
- Eso. Yo tengo mi hacha, tú tu honda. Y está Gordon.
- Tienes razon, podemos verlo, por lo menos... Venga, vamos ahora, que las cabras están comiendo. No, Dulce, tú, quédate aquí. Arden, vigila. Gordon, ven conmigo.
Y allí se fueron los dos amigos, montaña arriba, hacia el sitio donde crecen las setas.
Y entonces lo oyeron.
- ¿Dónde suena? - preguntó Hacha en voz baja.
Y Arfa contestó con un gesto, señalando a unos arbustos.
- Mira, detrás hay una cueva. ¿Sabías que aquí había una cueva?
- No.
- ¿Entramos?
- Entremos.
- Con cuidado.
- Sí.
Con mucho cuidado entraron. El ruido realmente parecía un rugido. Pero a ninguno de los dos les gustaba tener miedo así que igualmente siguieron adelante. La cueva se fue haciendo muy grande. Ellos iban despacio, de puntillas, intentando no hacer ruido. Y, de repente, lo vieron...
¿Sabes lo que vieron?
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En el pueblo estaban en la plaza reunidos los vecinos. Discutían. Algunos decían que estaban pensando en marcharse antes de que pasara algo. Otros decían que no tenían miedo. Todos estaban nerviosos. Habían seguido contando historias: uno había oído.... otros estaban seguros de haber visto... Pestiño, el del pelo rojo, decía incluso que había sentido algo que volaba por encima de él, pero que se había tirado al suelo inmediatamente y que el dragón, porque seguro que era un dragón, no le había visto.
Entonces llegó Arfa corriendo, con Gordon detrás, ladrando:
- ¡Viene el monstruo, viene el monstruo!
Y justo cuando todos empezaban a gritar, o a tirarse al suelo como hizo Pestiño, o a correr hacia sus casas (y los que más corrían eran los que estaban diciendo que no tenían miedo de nada), Arfa se echó a reir.
Y apareció Hacha, llevando con él atado de una cuerda al cerdo del Señor Salami.
- Vean Vds al Terrible Monstruo.
- Mi... ¿mi cerdo? ¡Mi cerdo!
Y entonces todo el mundo empezó a preguntar a la vez:
- ¿Qué clase de broma es ésta? - dijeron muy enfadados.
Y Arfa les contó como encontraron al cerdo durmiendo en el interior de la cueva. Y, como había mucho eco en aquella cueva tan grande, sus ronquidos sonaban como rugidos.
Y luego que se les pasó el enfado por el miedo que les habían hecho pasar Arfa y Hacha, primero se sintieron todos un poco avergonzados de sí mismos y luego se rieron también aliviados.
Y desde entonces, los miralmontanos tienen dos dichos:
"Si tienes miedo, piensa en el cerdo que duerme". Y otro: "en Miralmonte tenemos de todo... hasta dragones".
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Fin de El terrible monstruo de Miralmonte, un cuento de rafarrojas

3 comentarios:

  1. Ja,ja, muy bueno, no sé si te dejarán comentar hoy.
    Déjame preguntarte si ese Arfa es el trasunto o altergo de Rafa porque a los escritores, a muchos, les da por aparecer en sus libros. Michel Houellebecq suele llamar a sus personajes Michel (menos en el último que él mismo sale de personaje), Bukowski era Chinaski (muy parecido el nombre), etc. Arfa es casi un anagrama de Rafa.
    pero bueno, el cuento muy bien y a lo mejor me da por explicarle a mi sobrina. Lo de cambiarle los miedos por un cerdo en una cueva le vendrá bien. El relato tiene lo bueno de que puedes hacer ver que se esconde un gran secreto antes de dar la solución final e impacientar y hacer que se muerdan las uñas los niños. ¿Qué demonios hay en la cueva? Y yo para hacer tonos de voz e imitaciones me las pinto. Si no fuera tímido también sería actor o cantante(esto ya lo probé hace años). Bueno, saludos y gracias por el cuento.

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  2. Pues está resultando que el señor Rafarrojas no escribe nada mal, no... Me ha encantado el cuento, ¡y los nombres de los personajes son lo más!

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