20 de julio de 2016

LA LEY DEL MÍNMO ESFUERZ (JA, OS PILLÉ)

Mi antes-que-familia,-amigo Gonzalo vive cientos de vidas en una. He perdido la cuenta de las mujeres a las que ha conquistado, los amigos con los que ha tenido noches de esas imborrables de juerga que cimentan las amistades eternas, el recuerdo con sello de sonrisa y afecto, los países que ha visitado (siempre satisfactoriamente acompañado), las fotos en las que aparece en sitios y ocasiones en que a cualquiera le hubiera gustado estar... y como está él: de prota cool, de super (pero literalmente).

Le admiro y me cambiaría por él,

sino fuera porque me agotaría en tres días.
No puedo yo con tanta vida como maneja.

Es la misma diferencia que existe entre la dieta de mi chica y la mía, en este caso a mi favor. Ella con dos picos y un pincho está llena.
Yo, por menos de fuente de hamburguesas, pizza familiar, doscientas veinte raciones de... en fin, por menos de convertir mi forma en esférica y no poder mover ni un sólo músculo más, ni para abandonar la mesa, no considero que he zampado lo suficiente.
Así es Gonzalo con la vida. Con una centésima parte de sus amistades yo pensaría que ando sobrado de relaciones sociales. Mi album de batallitas parece un juego de barquitos de niños comparado con la completa y real guerra intergaláctica que podrá contar él cuando sea viejo. Y etcétera, etcétera.

No, no quiero ser él... Entre otras cosas porque no podría. Él es un máquina. No, mejor dicho, es una máquina que ha descubierto que la mejor forma de cumplir su función, lo único que le falta a una máquina para triunfar en la vida es poner la sonrisa por delante. Es cuadriculado, prusiano, rígido.... y, ¡no se le nota nada! Al revés, nadie puede hacer, puesto a ello, el tonto como lo hace él, con desprecio absoluto al qué dirán o a qué pensarán. No hay compañero mejor ni más osado para hacer locuras, y se abandona a la diversión con un valor y una energía que escapan a toda medición. Lógicamente cualquiera lo elegiría como amigo, compañero, amante.
Si intentas descomponerlo para entender su éxito, no es un tipo ni especialmente alto, ni especialmente guapo, ni especialmente nada. Pero triunfa, allá donde va, porque es disciplinado en extremo, y tenaz, inasequible al desaliento. Para eso tiene un cajón en su cerebro lleno de frases automotivadoras, lo que para otros es morralla de autoayuda en su caso es fe total, confianza suprema en la capacidad de lograr lo que sea con su solo esfuerzo. Ha descubierto el secreto de la vida a tope y la rebaña siempre que puede: ya sea currando o divirtiéndose.
Me siento chiquitito a su lado, como debían sentirse los tres reyes burgundios viendo en acción a Sigfrido. “Peasso bestia este Sigfgonzalo!”, se decían admirados.
En el otro extremo del espectro estoy yo, que no soy ni disciplinado ni tenaz, ni valiente, ni... Mi alma se alimenta austeramente con sentimientos salidos de pelis o libros o series y con tres charlas ocasionales con lo que más se parece a amigos que tengo (serán tres, tal vez) y luego el amor (lo mejor que poseo) de mi chica y el abollado-con ralladuras de historia, nunca directo, siempre levemente fuera de foco, amor de mis ssshurumbeles.
Si fuera religioso sería famoso ermitaño, pero como no lo soy, seré más bien el loco que vive en la casa de la esquina y al que nunca se le ha visto aunque a ratos se le oye gritar. Da un poquito de miedo, pero a cambio vive retirado, encerrado.
Gonzalo se merece lo que tiene. Yo supongo que también. Me corresponde lo que tengo porque no doy para más y tampoco se puede decir que lo intente (o cuando lo hago, lo hago ineficientemente, y tarde y a humoradas y a saltos).
No sé si decir que a estas alturas soy nihilista o vago, pero al final un nihilista no es más que un vago de la esperanza. The ultimate lazy guy.
He tenido la suerte o la desgracia de que nadie espera ya nada de mí (los que intentan interpelarme en ese sentido son maltratados hasta que recupero mi capacidad de no hacer). He conseguido ser extra hasta en mi propia vida. Un ejemplo, mi propia familia se comporta como una segunda familia política, aprecia más a la mujer que al de su sangre, y es por pura justicia, porque ni los propios me pueden ver como propio (ni les dejo), de tan joío y perro verde que soy.
Una señora mayor se rompe la cadera, y si ya andaba poco, ahora lo hace aún menos. Y menos, hasta que finalmente los músculos se le atrofian y ya no puede ni moverse. Y a fuerza de leches yo he conseguido romperle la cadera a la vida y ahora no me muevo y sólo aspiro a los pequeños placeres del convaleciente: que le dejen a solas con su incomodidad, con su limitación. Con suerte, quizá al fin llegue a ser escritor. Y si no, me moriré sin eso también..., pero, bueno, todo el mundo lo hará en algún momento (sic transit).
No quiero tampoco cargar las tintas. Soy un feliz don nadie, un afortunado nada, felizmente acompañado en el camino por una mujer en mil cosas superior a mí. Metido en casa, en mi cubil, en la guarida... mientras Gonza sigue su agotadora vida de multiaventuras, chico anuncio de parque temático de refresco burbujeante. Y yo me considero feliz de ser su amigo número 8742, e imaginarle de aquí para allá, como quien sigue a Superman sobre el cielo de Metrópolis.

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