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Le admiro y me cambiaría por él,
sino fuera porque me agotaría en tres días.
No puedo yo con tanta vida como maneja.
Es la misma diferencia que existe entre la dieta de mi chica y la mía, en este caso a mi favor. Ella con dos picos y un pincho está llena.
Yo, por menos de fuente de hamburguesas, pizza familiar, doscientas veinte raciones de... en fin, por menos de convertir mi forma en esférica y no poder mover ni un sólo músculo más, ni para abandonar la mesa, no considero que he zampado lo suficiente.
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No, no quiero ser él... Entre otras cosas porque no podría. Él es un máquina. No, mejor dicho, es una máquina que ha descubierto que la mejor forma de cumplir su función, lo único que le falta a una máquina para triunfar en la vida es poner la sonrisa por delante. Es cuadriculado, prusiano, rígido.... y, ¡no se le nota nada! Al revés, nadie puede hacer, puesto a ello, el tonto como lo hace él, con desprecio absoluto al qué dirán o a qué pensarán. No hay compañero mejor ni más osado para hacer locuras, y se abandona a la diversión con un valor y una energía que escapan a toda medición. Lógicamente cualquiera lo elegiría como amigo, compañero, amante.
Si intentas descomponerlo para entender su éxito, no es un tipo ni especialmente alto, ni especialmente guapo, ni especialmente nada. Pero triunfa, allá donde va, porque es disciplinado en extremo, y tenaz, inasequible al desaliento. Para eso tiene un cajón en su cerebro lleno de frases automotivadoras, lo que para otros es morralla de autoayuda en su caso es fe total, confianza suprema en la capacidad de lograr lo que sea con su solo esfuerzo. Ha descubierto el secreto de la vida a tope y la rebaña siempre que puede: ya sea currando o divirtiéndose.
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Si fuera religioso sería famoso ermitaño, pero como no lo soy, seré más bien el loco que vive en la casa de la esquina y al que nunca se le ha visto aunque a ratos se le oye gritar. Da un poquito de miedo, pero a cambio vive retirado, encerrado.
Gonzalo se merece lo que tiene. Yo supongo que también. Me corresponde lo que tengo porque no doy para más y tampoco se puede decir que lo intente (o cuando lo hago, lo hago ineficientemente, y tarde y a humoradas y a saltos).
No sé si decir que a estas alturas soy nihilista o vago, pero al final un nihilista no es más que un vago de la esperanza. The ultimate lazy guy.
He tenido la suerte o la desgracia de que nadie espera ya nada de mí (los que intentan interpelarme en ese sentido son maltratados hasta que recupero mi capacidad de no hacer). He conseguido ser extra hasta en mi propia vida. Un ejemplo, mi propia familia se comporta como una segunda familia política, aprecia más a la mujer que al de su sangre, y es por pura justicia, porque ni los propios me pueden ver como propio (ni les dejo), de tan joío y perro verde que soy.
Una señora mayor se rompe la cadera, y si ya andaba poco, ahora lo hace aún menos. Y menos, hasta que finalmente los músculos se le atrofian y ya no puede ni moverse. Y a fuerza de leches yo he conseguido romperle la cadera a la vida y ahora no me muevo y sólo aspiro a los pequeños placeres del convaleciente: que le dejen a solas con su incomodidad, con su limitación. Con suerte, quizá al fin llegue a ser escritor. Y si no, me moriré sin eso también..., pero, bueno, todo el mundo lo hará en algún momento (sic transit).
No quiero tampoco cargar las tintas. Soy un feliz don nadie, un afortunado nada, felizmente acompañado en el camino por una mujer en mil cosas superior a mí. Metido en casa, en mi cubil, en la guarida... mientras Gonza sigue su agotadora vida de multiaventuras, chico anuncio de parque temático de refresco burbujeante. Y yo me considero feliz de ser su amigo número 8742, e imaginarle de aquí para allá, como quien sigue a Superman sobre el cielo de Metrópolis.
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