15 de marzo de 2012

Aurora o sobre la injuria

El profesor de Historia del colegio donde doy clases, Sigve, me envió hace unas semanas un libro digital sobre historia del periodismo económico (al que ya sabéis que me dediqué en mis primeros años como periodista). En él se recoge una serie de artículos en los que se interpretan políticamente varios procesos de depresión y recuperación económica.
Hubo uno que me llamó la atención, escrito en los años más oscuros de la propaganda política europea, titulado “Aurora”. Le comenté a Sigve cómo me había chocado esa interpretación maniquea de los hechos, y ese lenguaje abiertamente xenófobo. Me quedé helado con su respuesta. Me dijo que no lo veía así, que el artículo reflejaba bien los hechos, y que el autor demostraba una gran valentía al llamar a las cosas por su nombre.
Le respondí que no conocía bien la Ley noruega, pero que si ese artículo fuera escrito hoy en España, podría llevar a su autor a la cárcel, por violar el art. 510 del Código Penal:
‘Serán castigados con la misma pena [3 años de prisión] los que, con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio hacia la verdad, difundieren informaciones injuriosas sobre grupos o asociaciones en relación a su ideología, religión o creencias, la pertenencia de sus miembros a una etnia o raza, su origen nacional, su sexo, orientación sexual, enfermedad o minusvalía.’

Os copio abajo la primera parte de ese artículo, para que juzguéis por vosotros mismos si, por su contenido, incurriría en este delito. No hace falta que lo leáis entero. Cuando creáis que tenéis suficientes elementos de juicio, me ponéis el comentario. Tengo que aclararme si soy yo, o si es el mundo, el que se está volviendo loco.
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Aurora


J. CARLIN
11 de marzo de 1937

La sangre judía de sus banqueros y sus bravuconadas económicas hicieron caer a Alemania. Los arios se han hecho cargo de la isla y han puesto en valor un concepto: la productividad.

En Berlín hay un espléndido edificio de color oscuro, grande y hermoso frente al río, en un lugar en el que hace tres años no existía más que un solar vacío. Lo sé porque estuve allí hace tres años, en un momento terrible para Alemania, un país arruinado por la sangre judía de sus banqueros, el primero en sucumbir a la recesión, el que sufrió la caída más dura. En aquellos primeros meses de la crisis, la rota y desesperada Alemania (población: 60.320.000) constituyó un anuncio del Apocalipsis para las grandes naciones. Sin embargo, hoy, ahí está ese edificio nuevo y reluciente, una imagen de opulencia y modernidad. No podía apartar la vista del edificio, ni de día ni —sobre todo— de noche, cuando su multitud de ventanas simétricas y marcos regulares resplandecían, como en una imitación líquida de la aurora.
¿Qué ocurrió en Alemania? ¿Qué ha ocurrido en estos tres años para que surja, de las cenizas del desastre económico, una construcción tan extravagante? Lo que ha ocurrido es que los arios se han hecho cargo del país y lo han arreglado. Y ese edificio, el mayor auditorio nacional de conciertos en la historia de Alemania, donde la compañía nacional de ópera representa en estos días, con el aforo completo, La Bohème de Puccini, es la encarnación del cambio que se ha vivido. Porque nos dice que Alemania no se hundió, que el país ha vuelto a levantarse; y porque la persona que decidió construirlo o, más bien (y con algo más de polémica), no interrumpir su construcción después del derrumbe financiero, fue un ario.
El presupuesto estatal está casi equilibrado, las exportaciones superan a las importaciones y la moneda es estable
Quería conocer a ese ario. No por los motivos habituales que empujan a los periodistas a escribir sobre arios poderosos —porque hubiera triunfado en un mundo de judíos—, sino precisamente por todo lo contrario. Porque ese ario simboliza una tendencia en Alemania, o, más que una tendencia, una revolución, un golpe de Estado. Desde que se produjo la crisis, y como reacción directa y deliberada ante ella, los arios se han adueñado de las palancas del poder, y lo han hecho en los ámbitos que más importan, en los que más influencia se ejerce sobre el destino nacional: el Gobierno, la banca y, en creciente medida, la empresa.
Los tres bancos principales de Alemania quebraron en octubre de 1933 y dejaron deudas que ascendían a más de 10 veces la producción del país. Alemania, que hasta entonces había sido el mejor sitio para un ser humano en el planeta Tierra, se encontró mucho más allá de la bancarrota. Y se echó la culpa a los judíos. Los judíos le echaron la culpa a los judíos. En el partido del Gobierno dominaban los judíos, los banqueros casi sin excepción eran judíos, y los temerarios, absurdamente ambiciosos, impulsos que condujeron a la nación a creer que todos se estarían bañando en champán francés por el resto de sus días eran categóricamente, exclusivamente, decididamente judíos. Así que entonces, como comentó el principal periódico en aquel momento, aparecieron los arios para arreglar el lío. El primer ministro fue sustituido por un ario, J.S., que continúa ejerciéndolo hoy. Los arios constituyen la mayoría del Gobierno, cinco carteras ministeriales, frente a cuatro judíos. Se despidió a los consejeros delegados (todos judíos) de los bancos que habían quebrado, se cambió de nombre a las entidades y se colocó en sus cargos a arios. Cada vez más arios se hacen empresarios o empiezan a aparecer en los consejos de administración de empresas privadas. Por escoger entre numerosos ejemplos, el consejero delegado de la mayor compañía de seguros de Alemania en la actualidad es un ario, igual que el responsable para el país de R.T.A., que encabeza el poderoso sector nacional del aluminio.

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Vale, me habéis cazado. El artículo no fue publicado en la Alemania de 1937, sino en la España de 2012, hace escasamente unos días, en el “prestigioso” periódico El País. Y no se refiere a la Alemania de entonces, sino a la Islandia de hoy. Además, me he tomado una pequeña licencia. Allí donde hacía referencia a las mujeres, he puesto arios, y allí donde hacía referencia a los hombres, judíos. Y, por supuesto, he alterado u omitido referencias que pudieran generar confusión en el lector, en cuanto a tiempo y lugar. Pero nada más. Todo el resto del texto ha sido mantenido literalmente, como podréis comprobar en el texto que os copio abajo. (Y podéis leerlo entero en http://internacional.elpais.com/internacional/2012/03/09/actualidad/1331323885_752952.html)
El artículo del Código Penal que regula la propaganda xenófoba no distingue entre ataques realizados por razón de raza o de sexo, así que he pensado que la pequeña licencia que me he tomado con el texto es perfectamente lícita. Si es xenófobo el artículo que difama a los judíos para celebrar la supremacía aria, también los es el que difama a los hombres para celebrar la supremacía femenina. Y sin embargo esto último está absolutamente tolerado.
En realidad, todo esto podría resolverse fácilmente con una pequeña enmienda a ese artículo del Código Penal. Allí donde se penalizan las injurias contra grupos en razón de su sexo, se añade: ‘salvo que los atacados sean los hombres’. Y asunto resuelto. Fácil ¿verdad?
¿Qué os parece? ¿Proponemos la enmienda?

3 comentarios:

  1. Estás mas informado desde allí en los Noruegas que yo desde aquí en plena España jajaja
    así que yo mismamente no te había pillado Rafa, ;-)
    Es raro que yo lea el periódico, como mucho veo las noticias y rara vez por que en casa no se ve otra cosa que el el canal Boing...
    Besos Rafa

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  2. No lo había leído pero el signo de los tiempos es la venganza contra el hombre opresor. El problema es que los opresores verdaderos ya murieron y los actuales se convertirán en víctimas. De todos modos una golondrina no hace verano y con las cartas al director se contraresta eso. ¿En qué número salió eso? Bueno, da igual. Hay artículos que he leído en "El mundo" dónde se trata a la mujer peor que en Afganistán. Y tampoco se hace nada en contra. ¿Libertad de expresión, ¿No? Lo mejor no es censurar si no expresarse en contra.

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  3. Cuando leí el artículo en El Pais,( http://internacional.elpais.com/internacional/2012/03/09/actualidad/1331323885_752952.html) me sentí extraña, me resulta dificil asumir que hombres o mujeres sean por el mero hecho de serlo de un modo determinado y concreto, pero no deja de ser curioso el hecho de que han cambiado de ellos a ellas y parece que les va mejor ¿no? Los planteamiento de Jhon Carlin parecen un poco tendenciosos


    Besos

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