22 de junio de 2015

Humanidad... (estampa universitaria, pero más que nada universal)

De exámenes. Prehistórico sistema de boli bic, que la mano acaba dando calambres a los que no estamos acostumbrados a escribir sino con teclado. (Por desgracia, no hay posibilidad de oral). Acabo sin ganas de sacarle punta a lo que cuento, que podría ser mucho más, sin cuento, que la punta que mancha los dedos de azul me produce cansancio muscular.

De otro examen solicito llamamiento extraordinario, aprovechando ese mimo del estudiante al menos en regulación que permite pedir el cambio de las fechas a los que tienen exámenes que coinciden.

En el Decanato la secretaria niega la admisión si no se incluye en la solicitud el código de la asignatura. "Haga usted su papeleo". "¿Y no me lo podría decir usted? (después de todo, la burocracia es lo suyo, pienso)" "Mírelo en la web". No va a poder ser, teniendo en cuenta cómo funciona Internet en la facultad,...
Paso entonces por un despacho donde hay una profesora menuda, feúcha, también con más aspecto de oficinista que de erudita-sabia-investigadora. "¿Te puedo pedir un favor? ¿Serías tan sumamente amable de mirarme el código de...?" Debía haber adivinado por su cara, por su gesto, por ese lenguaje no verbal que identifica al poquita cosa que de repente tiene oportunidad de elevarse sobre un otro: "No", y también "ha interrumpido usted mi trabajo". Sí, cierto, he interrumpido. Sí, no tenía derecho. Pero una pizca de buena voluntad es lo único que separa a una persona limitada-burócrata-legalista-pobrecilla de un ser humano. Yo soy un pringa'o que pide ayuda: ¿tal perjuicio le causaba facilitarla? ¿O es deformación profesional, prejuicio derivado del profe, que ve en el alumno, al limosnero pesado, al vago dependiente? Triste.
Finalmente es el conserje junto a la puerta. Joaquín, el único que me ayuda. No sólo me ofrece su pantalla para buscar (to no avail, que como dije Internet es artrítico y desmemoriado en el templo del saber). También me lo busca entre papeles.
Ya puedo volver con aquella inclemente matrona que rehusaba hacer el más mínimo esfuerzo por el alumno aparvado. Entrego el papelillo ahora bendecido con código. "Adios", y no sé es consciente pero me despido de su humanidad, engañosa (un exterior fofo esconde un corazón duro).
¿Tienen alma los burócratas?

2 comentarios:

  1. Pues uno sabe si esa persona es de las que amargan días o de las que están simplemente amargadas. Desde luego esa respuesta es para recordarle que en su código o reglamentación de burócrata existen las buenas maneras. Esa es la típica a la que digo: "Está obligada a tratarme con respeto señorita, si no quiere una amonestación" Y la provoco aunque no quiera amonestarla ni perder el tiempo. Pero claro, yo siempre me busco más problemas que soluciones. Bien hecho, Rafa. Siempre nos queda el alivio de que el infierno lo lleva ella en su cabeza.

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  2. Muchos la empeñaron a cambio de la plaza ;)

    Paciencia

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Sin embargo, qué gusto tener gente que acude a mi convocatoria (soy muy simple)