11 de enero de 2015

Un cuento (apócrifo) del conde Lucanor (no os voy a mentir: by rafarrojas) - De cómo la malcasada cambió su lugar con la criada

NOTA PREVIA: éste es un ejercicio realizado para la asignatura de Literatura Medieval Española. Se trata de escribir un cuento a la manera lo que hiciera don Juan Manuel en el conde Lucanor, misma estructura y demás. Lo entregaré mañana pero había pensado dejároslo aquí para que me lo critiquéis a destajo.

Cuento LII (apócrifo) 

De cómo la malcasada cambió su lugar con la criada y de lo que sucedió después 

n día se retiró el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo así:
-Patronio, yo confío mucho en vuestro buen juicio y sé que, en lo que vos no sepáis o no podáis aconsejarme, no habrá nadie en el mundo que pueda hacerlo; por eso os ruego que me aconsejéis como mejor sepáis en los que ahora os diré.
 Ocurre que dos señores vecinos me han pedido ayuda. A uno le conocéis ya de antiguo, D. Rodrigo, que en más de una ocasión sumó sus armas a las mías en las guerras contra los moros. Hoy es viejo y no tan fuerte como otrora, y como pasa en estos casos sus enemigos se crecen en tanto que él mengua. En los últimos tiempos está viendo asediadas sus tierras por más sitios de los que se ve capaz de defender, así que me ha pedido que vaya a apoyar con mis hombres los suyos. Pero lo que no le ha restado ni un ápice la edad es el orgullo, que pareciera oyéndole que no es él quien pide sino yo mismo, y por decirlo como lo dice, con ese tono arisco y seco! El otro caballero que lo solicita, por contra, es de modales tan galantes y conversación tan entretenida que no había quien no deseara su compañía. Trátase del segundo hijo del señor de T. que conocí en mi última visita al castillo de su padre, y ahora que apenas ha recibido de su padre tierras para sí mismo ya las ve amenazadas por repetidas incursiones del moro. No puedo atender las peticiones de ambos porque eso debilitaría en demasía mi propia defensa, y tengo que pensar también en quien de los dos podrá corresponder en el futuro con su favor la sangre que los míos viertan por protegerle.

-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, me recuerda lo que me contáis a lo que le ocurrió a aquel viejo castellano. No vierais hombre más cabal y honrado, valiente y de buen talante. Durante largo tiempo guerreó junto a su rey contra los moros, pero en una última campaña, su vista, que nunca fue de azor ni de milano, acabó de menguar hasta tal punto que apenas sí acertaba a ver su propia mano puesta junto a su cara. El rey le dispensó de su servicio y le aconsejó que volviera a sus tierras, casara con buena moza que pudiera cuidarle como tan bien merecía y formara familia que perpetuara su noble sangre. Y así lo hizo, el buen castellano como buen vasallo, y buscóse mujer y encontróla. Era aquella en extremo hermosa y de apariencia gentil y donosa, rubia como la luz, la su tez fina como de alabastro, el su cuello largo y blanco y la su frente amplia y limpia como día de primavera. La segunda hija de un fijodalgo de magra hacienda pero de sangre antigua y cristiana. El matrimonio se acordó rápidamente y pronto la garrida moza viajó al castillo de su esposo, sin más compaña que un joven rapaz más largo que delgado que hacía las veces de palafrenero, paje y escolta todo en uno, y una su prima segunda, muchacha apenas menos dotada que la nueva dueña de gracias y donaire, pero de aún menos medios si cabe por haber muerto su padre en la guerra sin dejarla dote alguna, ni mediada.

Con grande alegría recibióla el castellano y la cubrió de regalos y de atenciones. Y durante un tiempo, breve aun más que breve es la vida mortal, se acordó la hermosa a su condición de casada y atendió a su señor como correspondía. Mas, por más que generoso fuera el pecho de la hermosa, no así lo que ocultaba su interior, ni el oro de sus cabellos se correspondía con el de su corazón, ni la blandura y suavidad de su carne se extendía a su espíritu que era duro y fosco y en verdad desabrido, y su verdadera naturaleza era como el cofre gualdrapeado de doña Pandora y aun la esperanza que cobijaba no era otra que la de ser abierta para dejar escapar todos sus muchos vicios e pecados. Porque todos los tenía la señora, empezando por la lujuria, que no por casualidad estaba aquel su paje escuálido como costilla demasiado roida; y la açidia, que sólo mostraba diligencia e interés en encontrarse en horizontal posición, y la ira y la soberbia, que muy malamente trataba a la que fuera su prima y ahora tan sólo reconocía como sierva, y no pasaba un segundo sin que quien hablara con ella supiera que por ella corría sangre de los reyes antiguos y visigodos y la envidia de amarillos ojos y la glotonería y la avaricia, y otros muchos que nacen de la misma fuente, grandes e chicos, y a todos les dió salida. Pero si tuviera que poner uno delante en esa lista de pecados tan mortales cada uno por separado que un gato que los tuviera todos no tendría vidas suficientes para mandar una al Paraíso de las bestias, diría sin duda que la lujuria, que cada vez que pisaban sus pies la Iglesia volvían trayendo nuevos modos de pisotear el honor del castellano.

Todo lo ignoraba el señor de la casa, dos veces cegado, y Amor y su esposa rivalizaban en engañarle, sacando de aquí y allá tiempo para darse goce y placer con amigos, que tanto viajaba al río a lavar que las ranas ya ni cantaban para saludar su llegada. Sin embargo, nada parecía bastar a la joven señora ni satisfacerla, que hay fuegos que no calma un solo tronco, que presto lo consume y pide luego otro y un otro más, y así la entrepierna de la señora ardía con más viveza que las calderas de Pedro Botero, azuzadas sus brasas con tantos palos y palillos. Y finalmente vino a idear una treta para poder gozar y solazarse con un su amigo último más de un día entero y más de dos. Y es que siendo su doncella de la que ya os hablé familiar cercana y compartiendo con ella rasgos semejantes y teniendo además similar voz se le ocurrió que bien podía hacerse pasar por la señora un tiempo, mientras atendía ella más gozosos negocios.

Y aunque resistióse la su prima, que era honrada donde la otra mendaz y falsa y llena de doblez, accedió finalmente, y lo hizo porque desde que conociera al castellano se había quedado prendada de su alma buena y sus buenas obras y maneras, y do la dueña veía a un viejo ella veía a un hombre con experiencia y sabiduría acorde, y sus
ojos podían estar eternamente en niebla pero a su sonrisa ninguna sombra podía cubrirla que brillaba como el primer rayo de sol que se filtra en bosque cerrado.

Y así quedó como dueña y derramó sobre el buen castellano mil cuidados y atenciones, como si quisiera compensarle por todo el mal recibido anteriormente por la su prima de doble cara. Y el castellano que no veía mucho, veía sin embargo ahora lo que era tener a su lado mujer dulce y buena, y maravillóse del cambio experimentado en el humor de su dueña y en la mudanza de la que él pensaba su esposa. Y aun más, que en llegando la noche, fueron ambos a refugiarse al cobertor y siguiendo las indicaciones de la señora, la su prima cumplió incluso en esto. Y cumplió tan sobradamente y tan a placer del viejo caballero, que diríase que había éste recobrado de pronto el vigor que le diera fama y nombre como gran espada y guerrero infatigable.

Y en esto que pasaron los días dos que había previsto ocupar en su deleite la pérfida burladora, y volvióse en la mañana del tercero al castillo. Pero en vez de encontrar el paso expedito, halló las puertas cerradas, tanto las de entrada como otras que conocía ella. Y era la alborada tan fría que decidió que no valía el secreto retrasar su llegada, que ya se buscaría una excusa una vez entrara en el castillo. Y a sus golpes abrió una mirilla en el portón un soldado del viejo señor y le preguntó que qué buscaba a tan temprana hora. Y a aquello ésta repuso con altanería que abriera presto, que era la señora. Y el soldado contestó, con una sonrisa, que no podía ser aquello cierto pues que la señora estaba aún en el lecho con el señor. A lo que la mujer le llenó de insultos y amenazas conminándole a que abriera el portón de inmediato. Y abrió entonces el soldado, pero no para darle entrada, sino para batirle el cuero a golpes por su falsa vanagloria.

Tanto gritó y se desgañitó la hermosa con los palos que acudió al griterío el señor de la casa, acompañado de la que ya era en todos los sentidos su mujer, a la que rodeaba el talle con un brazo amoroso. Y de nuevo repitió la burladora, si bien ahora con tono lacrimoso y más medido, quién era, y cómo se encontraba injustamente detenida y apaleada a la entrada de su hogar. Y el castellano le replicó con ese su tono amable de siempre que aunque no le cabía duda que ella creía ser cierto lo que decía, sin duda se había golpeado en la cabeza o había sufrido desgracia semejante, pues su mujer le acompañaba ya y no había dejado su lado en ningún momento en los últimos días. Y que prueba de que tenía confundido el pensamiento era que qué iba a hacer la señora de la casa fuera de su hogar tan temprano a horas en que sólo las siervas y otras mujeres de antigua profesión andaban por los caminos. Entonces la prima convertida ahora en dueña le interrumpió para decirle que la que esperaba fuera con el rostro distorsionado por el dolor y el frío, corrida y furiosa, era la su prima lejana que le hacía de criada y que aunque no se lograba explicar por qué extraño conjuro creía ser quien no era, igualmente debían darle entrada, porque tenía mucho trabajo atrasado para hacer. Y la burladora burlada terminó siendo criada en su propia casa...

- Así, señor Conde – terminó Patronio - vuestra elección está clara. Por un lado tenéis un amigo cierto que os ha demostrado en el pasado que lo es y otro que tal vez tenga modos y verbo más agradable, pero no le conocéis como al primero, ni podéis responder de sus actos futuros. Que en el obrar se ve quién es realmente amigo y quién sólo busca servirse de uno.
Y añadió el buen Patronio que si todo lo anterior no fuera bastante. que se preguntara si no debería ser el de T., el padre del joven, quien acudiera a su rescate en primer lugar, y que si no lo había hecho ya tendría sus razones. Pero que si aun así seguía deseando prestar su ayuda al joven noble, que le mandara lo que pudiera sin poner en peligro ni su hacienda ni la de su amigo en necesidad.

Al conde le gustó mucho este consejo y pidió a Dios que le diera fuerzas para seguirlo y ponerlo en práctica.
Y como don Juan vio que esta historia era muy buena, la mandó escribir en este libro y compuso unos versos que dicen así:
El que lo que tiene despreciare,
primero no tendrá bastante
 y después no tendrá nada.

NOTA FINAL: lo que está en cursiva se corresponde con fórmulas literales utilizadas por don Juan Manuel en los cuentos de El Conde Lucanor.

Bueno, ya me contaréis que os parece. Os digo ya que mi hijo le ha sacado ya fallos, :   )  y uno con mucha perspicacia: demasiado verde para nuestro cristianísimo don Juanma (pero es que me he quedado pillado con Juan Ruiz y como excusa que aunque le reconozco el arte y el mérito al otro, me gustan más las historias verderonas tipo algunas de las de Chaucer o Bocaccio).

2 comentarios:

  1. Pues a parte de lo verde que señala su hijo, no veo nada tan criticable. Ten en cuenta que tendríamos que estar muy puestos en el Conde Lucanor y demás para verlos. Yo me he visto metido más dentro de esa época con este cuento que con otros libros históricos en el lenguaje del siglo XXI (que los hay).Pero si has cogido hasta el espíritu ejemplarizante de esas historias. Aún sabiendo desde el principio que era Rafarrojas me sentía leyendo un clásico. Espero que digas en qué acaba tu ejercicio y si te premian lo que parece un gran esfuerzo, ni una sola frase parece salida de este 2015. .

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  2. Cumplido, leido. Y ahora quieres comentario también, ¿verdad? No sabiendo absolutamente nada del don Juan Manuel ni del conde me veo poco clasificado de darte un análisis profundo. Sin embargo, el estilo tan barocco me hace pensar en un cruce entre las cuentas de hadas antiguas (incluso mil y un noches) y probablemente la única novela/poema de caballerías que leí, el famoso "Karel ende Elegast" poema medieval neerlandés del siglo XIII sobre el encuentro entre Carlos el Magno y un angel. O sea, bastante medieval.

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