Sigue el rincón del vago propio, ¿alguien lo usará? Debería ser rincón del medio-vago, porque un vago de verdad ni se molestaría en buscar-encontrar esto... será que ya no hay vagos de verdad, como aquel pretendiente de El Libro del Buen Amor que se quedó tuerto por no moverse e impedir que le cayera una gota sobre el ojo en mitad de la siesta. En todo caso, aquí queda para la posteridad inmediata, no posteridad posteridad, sino una de quedan dos días de posteridad, porque a veces pienso que ésta es tan escasa como un verdadero vago, que cualquier día es el último día. Y dicho esto, un regalito chiquitín de un estudiante a otros, de vuestro amigo y vecino rafarrojas.
Larra: Un Matt Groening depresivo en el siglo XIX
rafarrojas
Nota previa.
El escritor nos espera a la vuelta de la página, como en acechanza. Y no podrás huir de aquella trampa sin dejar en ella una parte de ti mismo, como zorro que lleva mordido de acero un miembro, huella que sangra ideas ajenas que se clavan como dientes.
Si llegas sin saber nada, todo será sorpresa y así su ataque será más contundentemente real, y nos maravillaremos de que ese misterio ajeno, ese fantasma, tenga tanta carne, materia, para golpearnos.
Si no conoces a Larra, encontrarás entonces una inteligencia ninja, un furioso razonador, un analista acerado e inclemente, que atacará sin piedad, en esgrima veloz, prejuicios y fingimientos. Y cuando el allí y entonces de Larra se transforme en el ahora y tuyo, no podrás negar su realidad, la realidad que no cambia aunque la disfracen los tiempos con nuevas ropas. Y sigue siendo la miseria humana igual, la humana política, sociedad, arte, humana y ajena; y el necesario Otro, un bruto que se nos impone irracional.
A lo mejor es bueno, no saber nada de Larra, para que sea él quien se cuente, para que sean sus palabras y no las palabras de otro sobre sus palabras las que nos guíen en ese doloroso cuento de realidad de final fatídico.
Si conoces a Larra y tienes barniz de su historia, entonces le oirás sabiendo siempre que fue un hombre muy solo, del peor tipo de soledad que existe que es la que se da en medio de la multitud, alienado. Y le mantiene el orgullo durante un tiempo, la soberbia, y también la esperanza, de dar con el sistema de superar su aislamiento, de formar parte no de esa sociedad que le tocaba sino de la que pretende moldear con sus noticias, sus avisos y su mensaje. Y cuando eso no ocurre, cuando concluye que está definitivamente solo, o lo cree, morirá trágicamente, porque toda su inteligencia no habrá resuelto ese problema último e íntimo de unión o comunión con sus semejantes.
Larra es romántico porque es individuo solo. Larra es ilustrado porque no puede evitar mirar a los demás e intentar mejorarlos. Fracasa, creerá él, y elegirá huir de la tragedia.
Pero sus palabras resuenan en cada uno de los que pasaron por aquel rincón del pensamiento, un poco Larra todos ya siempre.
El Café – Un periódico del día
Curioso y no fácil manejo de su profesión y talante tiene que tener el periodista. Por cuanto que se ve condenado a hablar de lo que desprecia, a unirse al grupo que no soporta.
No existe, para él, espléndido aislamiento victoriano, sino la otra de prestar atención al mundanal ruido, barullo y estridencia de ese literato y esos contertulios de café, distintos en los detalles, iguales en su insoportable banalidad. Es espectador de necedades, relator de miserias, retratista (al cabo) de un tiempo que abomina: el tiempo de la superficialidad y la pose, de los
fashion-victims y los pretenciosos y lechuguinos. Si por fuera resultan ridículos y falsos, por dentro les supone el observador vacíos y mezquinos. Pero es su sino. Su maldición es tener que hacerse eco de todos ellos, porque negocia con palabras, es tratante de verbos, y eso le coloca a su pesar en la categoría de los verborréicos.
No hay escape en el humor. Tal vez lo intenta. Pero lo cierto es que la sonrisa le sale amarga, la realidad le parece menos apetecible que el sueño, la información es arrastrada como puta por rastrojos por toda esa marabunta-barahúnda de ruidos y ruidosos, convertida en nada, en aire, una vez que llega (¿llega?) a los cerebros huecos que solo alientan tontería.
Y el café que debía ser foro y centro de ilustración, es en su lugar marjal, donde se ahogan los incautos (y los periodistas), tierra de fuegos fatuos, y de fatuos envueltos en humo de nicociana (nicotina), cortinas de humo. Un deprimente escenario del
show-business social.
Va rebotado, encorajinado, fastidiado en grado sumo, y su único consuelo es ser capaz de ver más allá, la verdad, tal como la ve, pasados los espejismos y los disfraces varios. Pobre consuelo...
...Y una vez puestos a descabezar, descabecemos al propio periodista, a la publicación periódica que tan pobremente cumple su función. Publicaciones
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semejantes en todo a esos sus lectores del café, porque no atina a contar cosa importante o a contarla bien o a contarla a tiempo. Y se copian unos a otros
(Y eso me recuerda una historia que se contaba entre los del oficio. Que en aquel diario que ya murió hace décadas, el Pueblo, se firmaban a menudo las noticias con siglas “P.F.” y otras “T.F.”, y creían reconocer sus lectores en ellas las iniciales de algún nombre de autor, cuando en realidad significaban “Parcialmente Fusilada” y “Totalmente Fusilada”, que no se detuvo en Larra y el Correo la costumbre de copiar-fusilar las noticias que aparecieran en otro medio).
«¿Quién es el público y dónde se encuentra», en Revista Mensajero, n.º 47, 16 de abril de 1835. Firmado: Fígaro.
El público es toda la gente que vive en Madrid, va a misa, se relaciona y visita, va de paseo, come en fondas, discute en cafes, se emborracha en hosterías, que compra o no literatura y consume ocio en teatros, toros, circos, en la casa del mago Mantilla,....
El público es esa parte de la sociedad cuya opinión cuenta, porque son quienes proporcionan el dinero, la fama, el éxito... o los niegan.
PERO (y esto los convierte en monstruos para el bachiller Munguía) no demuestran inteligencia en esa opinión, ni verdadero criterio. Y su número es cada vez mayor e incluye a personas progresivamente menos preparadas. El público tiene alma de bestia que reacciona, como por azar y capricho, brutos que ni siquiera tienen el valor de ser siempre iguales o indomesticables o no susceptibles de ser manipulados y dirigidos: lo mismo pueden ser manada de borregos (rutinarios) o hienas y carroñeros.
Larra (ineludiblemente individualista) se alinea con los que desprecian y se espantan ante el poder de la masa, un poder injusto porque no es equiparable a su formación o a su virtud. Es la plebe, el vulgo, la horda. Son el Otro, los otros, los que no saben pero aún peor, los que no quieren saber.
Son los clientes, los usuarios, los ciudadanos, los votantes, los espectadores, los que ponen el dinero... Son inevitables y necesarios, ¡qué horror y qué lástima! Y Larra se reiría de ellos, si no les reconociera esa fuerza, inercia de masa (ciega) en movimiento: “
...muchos majaderos, que no entienden de nada, disputan de todo”
La masa no tiene nombre y no se la nombra. Por eso es posible criticarla con impunidad. El lector (de entonces) verá su retrato y creerá que se habla de otro al que conoce íntimamente, y se reirá como de una buena burla. O quizá, alguno suelto, vea su propio rostro y sienta algo de vergüenza y piense en salirse de ese difuso ente tan idiota. Supongo que Larra no abandona nunca (hasta el final) esa esperanza.
La masa no tiene nombre, pero sí hay referencias a personajes que son objeto de sus discusiones y charlas. Como aquellos dos toreros que triunfaban por entonces, Juan León y Fco Montes Paquiro (natural de Chiclana), o los actores José García Luna y Carlos Latorre (el primero de ellos nombrado por entonces Maestro Honorario de la Escuela de Declamación) o los cantantes de ópera la Tossi y Lalande (a los que recuerda Larra comparándolos con otra actriz, la Grissi, en una crítica teatral en “Postfigaro Articulos No Coleccionados. Londres: Forgotten Books.”
la Tossi poseerá más dignidad en escena, mejor acción, mayor habilidad y verdad en el canto?”
http://www.forgottenbooks.com/readbook_text/Postfigaro_Articulos_No_Coleccionados_1400006089/251 o aquel ilusionista que durante años anunció su espectáculo de luces y
sombras y asombros en la calle de Caballero de Gracia, y que fue
realmente el primer mago en actuar en España, Juan González Mantilla, el
«fantasmagórico Mantilla».
Y van siempre en pares los citados, porque esa dualidad enfrentada representa el eterno desencuentro de ese público que no es uno, sino dos, porque es vicio español), (
Ah, yo también digo aquello de “este país!”, jajaja). ese enfrentamiento feroz entre dos bandos, aun sin motivo, aun sin razón. -
«Las palabras», en Revista española nº 209, 8 de mayo de 1834. Firmado: Fígaro.
Previo al anterior, escribió en este Larra ahondando o abundando en ese caracter de bestia amaestrable que es el prójimo. Peor que la bestia, puesto que ha creado un sistema, una estructura, una sociedad que pervierte el orden natural y deja a los hombres como las bestias más bestias que pueda haberse.
La cuestión latente e implícita es si se trata de un crítica feroz como parece, a ese planteamiento propio de Rousseau o por el contrario la defensa in extremis de esa misma postura. Lo ideal es afirma “lo natural”, pero ese producto natural ya no es como defendía el autor del Emilio 60 años antes, la razón. Lo natural, lo deseable, es la falta absoluta de ella. “
Todo es positivo y racional en el animal privado de la razón”. ¿Estamos ante un romántico desengañado del optimismo ilustrado? ¿Adopta Larra el criterio de Hobbes y del hombre lobo para el hombre? Parece que sí. O más exactamente, lobo y borrego.
Aunque la crítica puede no ser tanto a la razón, como a esa cosa, aborto, engendro, que pasa por razón porque cuenta con algunos de los rasgos de la razón (la palabra, el discurso), pero no el fondo de lógica, de inteligencia. “
Palabras todo, ruido, confusión: positivo, nada.”
Las palabras son trampas, traiciones. Así las usa el hombre común. Con la palabra nace la mentira y el engaño.
Y con las palabras se manipula a la bestia humana, “
el arte de manejar a los hombres”.
No le queda siquiera el consuelo a Larra de estar fuera del sistema, porque es periodista y escritor y fabrica palabras y comercia con ellas. -
«Un reo de muerte», en Revista Mensajero, 30 de marzo de 1835. Firmado: Fígaro.
Empieza estableciendo el paralelismo entre dos formas de teatro: el de la ficción y el de la vida diaria, “
la fea realidad”.
Una idea, esa del mundo como escenario, que ya vimos en Calderón y Shakespeare
(A kingdom for a stage, princes to act,/And monarchs to behold the swelling scene. Enrique V) .y que en Francia empieza a desarrollar Balzac por aquella misma década de los 30, y que juega con la confusión producida por la falta de verdad que hay en la realidad, por el espejismo y la mascarada (como en aquel otro artículo de Todo es Carnaval, o incluso el de todo es cementerio de Día de Difuntos). A Larra le atraía esa ambigüedad, o tal vez debería decir que se veía atraido hacia ella, en un proceso que lleva de la sorpresa “no puede ser cierto!” hasta la conclusión “lo es”. Imposible como parece, es lo que le ha tocado y no tiene la escapatoria del final, ni el consuelo de no ser cierto. “
De estos dos teatros, sin embargo, peor el uno que el otro”.
Trata después de ese “
monstruo de la política” y pasa de puntillas
sobre ese tiempo en que progresistas y conservadores han encontrado una
solución intermedia, pastelera como su máximo impulsor, Martínez de la
Rosa, en el Estatuto, un paripé que deja el deseo de libertad de prensa
en un terreno nebuloso, de promesa incumplida. En esta situación, Larra
dice hablar de las costumbres por miedo a hablar de política, autocensura que se practica para evitar la real. Porque “
nunca tendré la locura de creerme por mí solo más fuerte que él” y luego volverá a citar ese “
derecho de la fuerza” que existe en la sociedad que deja en espejismo cualquier pretensión de verdadera libertad individual.
Las costumbres sujetan a los hombres de una forma que no pueden cambiar las leyes, las buenas intenciones, el sentido común, la lógica. La inercia de los usos, la inevitabilidad de la forma de ser moldeada por la costumbre. Como prueba de ese “genio y figura, hasta la sepultura”, la imagen del mismo reo que es como es incluso cuando ya no debería estar sometido a la convención, la ”
serenidad y valor”.
Falta de libertad pues, y fuerza, y bayonetas, y en el colmo los ridículos distingos en la forma de matar.
Y el corolario, de nuevo, esa sociedad sin piedad, sin alma, violenta, crudelísima, satisfecha con el sacrificio absurdo del reo.
-
«Literatura», El Español. Diario de las Doctrinas y los Intereses Sociales, n.º 79, lunes 18 de enero de 1836, Firmado: Fígaro.
Si queda duda alguna de la capacidad intelectual de Larra, el análisis que realiza en este repaso histórico de la literatura español y su posterior diagnóstico de su último estado y circunstancia lo elimina (“
¡qué crack!”, resumiría ahora mi hijo en menos palabras).
Ese “
termómetro de civilización” que ha sido hasta la fecha “
más brillante que sólida, más poética que positiva” es una vez más ejemplo del estatismo de la sociedad española, del nec plus ultra.
Una vez más, y aunque apunta esa esperanza, leve como llama de pábilo al viento, de una “
juventud menos apática y más estudiosa que la de las anteriores generaciones” (y me parece significativo que no incluya a Feijoo en la relación que hace de los ilustrados), de nuevo, como siempre, el tono general es fatalista, de destino inevitable, inamovible, inasequible al cambio. La misma lengua se resiste a adoptar nuevos verbos, neologismos, extranjerismos, negando así la utilidad (
no hay que preguntar «¿De dónde vienes?», sino: «¿Para qué sirves?»), prohibiendo el avance. La gloria, poesía de naciones, sustituye a la verdadera literatura en un entorno de falta de libertad.
Y falta con desgraciada frecuencia algo fundamental, el “
escritor razonado”.
Este es un texto donde se aúnan el Larra romántico con el ilustrado. Más que una declaración de principios o de intenciones, un manifiesto, donde se recoge el deseo de libertad individual, de pensamiento, no sometido a ningún magisterio literario, de hombre o época (y cómo contesta a las acusaciones de afrancesamiento con el recuerdo de la italianización de las letras en el siglo XVI). Una conciencia libre para servirse de cualquier influencia que pueda servir al propósito de descubrir al hombre “no como debe ser, sino como es”. Y tal vez a partir de eso, el progreso.
Y me quedo con una frase, una cita que conmueve: “
las pasiones en el hombre siempre serán verdades, porque la imaginación misma ¿qué es sino una verdad, más hermosa?”
- «La Nochebuena de 1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico», en El Redactor General, n.º , 26 de diciembre de 1836. Firmado: Fígaro.
El 24, dia aciago. Llovía. Al menos tiene un propósito, el trabajo.
Larra ya ha tocado fondo. Su muerte por propia mano está a solo dos meses de distancia.
Ya ha gastado todas sus salvas y disparos contra esa “
miserable humanidad”, contra su estupidez y falsedad, y ya sólo le queda volverse contra sí mismo, lo que hace ahora, despiadado, y se descubre “
ente ridículo”, tan absurdo como el resto de los mortales: “
tú buscas la felicidad en el corazón humano, y para eso le destrozas”. Larra se devora a sí mismo, “
porque en cada artículo entierro (ha enterrado) una esperanza o una ilusión” y es ya su corazón “
otro sepulcro: aquí yace la esperanza”.
La lección se la da el bruto, el borracho, ese imbécil, cuerpo sin alma. Al final aquella plebe sin conciencia le demuestra más inteligencia, más capacidad de supervivencia, que la que puede ofrecer él.
And the rest is silence.