Notó en el aire el olor acre y fuerte de la presa y sintió ese extraño impulso que no sabría como calificar: algo que estaba en un punto intermedio entre el hambre (el deseo de morder, de hincar los dientes y desgarrar y triturar) y el deseo erótico... Como si la gula se uniera hedonista a la lujuria, y quisiera comer dos veces y de dos formas, la misma cosa.
Pero sabía también que cuando alcanzara aquello que perseguía, terminaría todo. Que cesaría de existir esa alegría de sabueso, esa excitación del descubridor...
La forma perfecta tras la que iba, sería reducida a pulpa, a masa informe, a restos machacados... Lo haría él, sin poderlo evitar, irremediablemente....
Y tras la primera explosión, tras el orgasmo del predador... sólo queda irreconocible el cadáver (anónimo, porque todos los cadáveres son anónimos, mientras que los vivos todos tienen nombre y se distinguen entre sí), como irreconocible queda el sentimiento que le movía, tal si hubiera sido igualmente destruido por el ansia, por la furia,
por el extremo deseo.
En ese momento (al mismo tiempo) tras él, mil sabuesos olfatean en el viento su rastro.
¿Quién sabe donde?
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¿Pero dónde leches está? La maldita puerta, la del texto de arriba, la que
--estoy de acuerdo con A J-- debería aparecer en algún momento. ¿Dónde
c*j...
Hace 13 horas
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