18 de julio de 2016

Muertos y animales

Cuando era pequeño me horrorizaba si ponían corridas de toros en la tele. O fútbol. O campeonatos de gimnasia rítmica intercentros Castilla-La Mancha. A mí lo único que me gustaba ver eran las pelis, las series y los dibujos animados. Eran los tiempos antediluvianos en que no había más que dos cadenas (una, con mala suerte y pobre sintonización) y si ponían algo que no te gustaba sólo cabía morirse de aburrimiento y huir (la tele seguía puesta, que a mi padre le gustaba todo lo anterior), huir del volumen perseguidor que se enseñoreaba entonces sobre toda la casa. Sonido de fanfarria patria o de histérico comentarista de jugadas de tíos persiguiendo un balón. "Y dribla, y centra, y chuta". "Un ejercicio perfecto al que los jueces le han puesto un 9 con 2". (Pue' vale...)
Además yo era ya un snob, colonizado culturalmente por los yankis y los british, y todo lo que me sonaba a España cañí, la copla, los toros, los bailes regionales, me producía rechazo inmediato. Quería que España fuera menos different, más homologada y pija. Que me consideraran un igual los del otro lado, pero, ¡eh! no un igual a un sudamericano de metro cincuenta de los que viven en repúblicas bananeras. Así de tonto y pretencioso era.
[En mi descargo, algo he evolucionado desde mi infancia]
Mi primera experiencia de primera mano con los toros fue en una capea. Imagináos a muchos chavales de 17 saltando a un mini ruedo para enfrentarse con una vaquilla. Aquí es donde me dí cuenta de qué  poca cosa somos comparados con un animal que incluso en su versión menos desarrollada y débil nos puede lanzar como quien se sacude una mosca (todo lo más, un moscardón).
Teniendo eso en cuenta cuando ya periodista me invitaron a la corrida de la Prensa y fuí (en esos tiempos no le decía que no a nada gratis ni a primeras experiencias de cualquier cosa: hasta celebré mi primer esguince como un rito de paso hacia la edad adulta) no pude evitar admirar los huevos de platino, más duros que las garras de adamantium de Lobezno, que tenía que tener el tipo que se ponía delante de un bicharraco de ¿cuánto? ¿700 kilos de peso? ¿500?, una puñetera locomotora!, un coche de Mad Max lleno de afilados pinchos que corría a ensartarle, con sólo una telita de por medio. 
Incluso en algún momento recuerdo haber entendido porqué la tauromaquia había inspirado a tantos artistas, casi como las tormentas desatadas inspiraban a los románticos alemanes.
Dicho esto, no he vuelto a ir a una corrida de toros. Jamás pagaría por ver eso que...
en el fondo me resulta un coñazo. Igual que cuando era pequeño.
Luego me he visto forzado por esa corriente progresiva de luchadores por los derechos de los animales a replantearme mi posición. Soy de esos tipos ególatras-egoístas incluso cuando no quieren serlo, y en ocasiones sólo a fuerza de gritos me entran ideas nuevas, o me fijo atentamente en las viejas.
Si no odio a  los animales, ¿no debería defenderlos yo también?
Me gustan los mamíferos, que en más formas de las que Darwin pudo soñar son como nosotros mismos, en ciertos sentidos mejores y a veces (ah, que no se puede decir peores...) distintos (salvajemente distintos). Primarios siempre.
Vuelvo atrás, a ese niño que se tiraba en el parqué del salón para tragarse episodios sueltos de Skippy, Flipper, Mi oso Ben, Furia... (ese "tú crees que Furia vendrá a salvarnos?" con dulce doblaje hispano)...

Cuando me casé pude cumplir ese deseo de siempre de tener perro. Y ahora tengo ya perro y gato.
Pero yo no les visto de humanos, ni literal ni figuradamente. Jamás se me ocurriría ponerles ropitas de bebé o darles besos con lengua por mucho que les quiera. Mi perro es familia, sí, pero un ser aparte, no humano. Yo no creo que sus vidas sean equiparables al 100 por 100 a la de un ser humano ideal.
Sí, que hay pocos seres humanos ideales o casi ninguno (¿tal vez la Madre Teresa de Calcuta o San Francisco de Asís?). Lo normal es un nivel moderado de mezcla de cutrerío y bondad.
Y también están los hijosdeputa rematados: violadores, por poner un ejemplo de muchos, que si buscara su contrapartida animal los categorizaría de insectos asquerosos y dañinos de los que mejor librarse...
Pero en principio, por principio, primero humanos y luego animales. Con los primeros tengo una responsabilidad que excede la que tengo con los segundos, funciona un imperativo moral categórico. Con los segundos es un principio general, una recomendación sin rango de ley o una ley con cien mil eximentes y excepciones para estudiar caso por caso.
Y soy carnívoro total. Puedo discutir si es bueno o deseable o todo lo contrario las prácticas estabularias o de matadero de cerdos y vacas. Puedo desear que todos los cochinos pudieran criarse libres en los montes de Aracena y les vaques en los verdes prados de Asturias (adios, cordera), pero como carne como un loco. Nadie es perfecto.
Pero con la muerte reciente de ese torero he oído más de una y más de dos veces cosas que me resultan propias de... bestias. Porque hace falta ser poco humano para no sentir una pena tremenda por el señor que ha muerto y ha dejado familia: padres, a saber si hermanos, mujer o hijos.... Hace falta ser bruto sin medida, animal en el peor sentido primario de la palabra, depredadores, hombres lobos para otros hombres como los de Hobbes, para decir lo que llevo días escuchando estilo "me alegro", "que se joda", "un asesino menos"...
¡Qué absoluta falta de sensibilidad tienen los que van de sensibles, qué falta de piedad y amor los que van de amantes y piadosos!
Y lo peor es que conozco a algunos, a bastantes, que creen que es razonable pensar así. Los toros, precioso bicho, espléndido, maravilloso, antes que un ser humano, cuya única culpa es tener un oficio.
A mí hay mucha gente que me cae mal, cuyas opiniones no comparto, cuyos oficios desprecio, .... whatever... pero NUNCA-BAJO NINGÚN CONCEPTO les puedo desear la muerte, así palmen 6 toros o 600. Puedo firmar, incluso, para que no se celebren más corridas, pero nuncanuncanunca se me ocurriría alegrarme por la muerte de un torero. Ni por el conductor de esa grúa porculera que se llevó mi coche, o el profesor listillo que me jodió un verano, o....
Al menos eso lo tengo clarísimo.
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Y un último comentario. Yo tengo mil y un prejuicios y tonterías en el cuerpo. A ratos mi chica me llama de coña "hater" o "troll" porque tiendo a decir barbaridades contra medio universo.
Pero todo se queda en palabras y, fundamental!, en palabras dichas entre nosotros, en la intimidad, y sin realmente creérselo. Es pataleo privado, pueril desahogo.
Si algo me ha enseñado Internet es que la intimidad es un espacio asombrosamente abierto y vulnerable: al salir de la ducha es aconsejable asegurarse de que la ventana está cerrada, no te vaya a ver una vecina con la polla en la mano fingiendo que es trompa de elefante y barritando en plan coña. El ridículo más espantoso.
Y segundo, que hay que moderarse, no hablar de más, sino de menos, buscando siempre puntos de unión, convencer y no vencer a los que piensan distinto. Porque si no, acabaremos tirándonos eternamente los trastos a la cabeza, sin avanzar ninguno (en posición siempre defensiva, combatiente y atrincherado), sin dar oportunidad no sólo al cambio de los demás sino al propio, tanto o más importante.
Un ejemplo cualquiera: creo que los nacionalismos son fundamentalmente perjudiciales. Pero no conseguiré  nada bueno, sino todo lo contrario, dejándome llevar y gritándoles a unos tal y a otros cual o... cualquier cosa de las que he oido también por ahí, tan estupidamente inútil como la respuesta del contrario desde la fila de los que buscan separarse.
O hablamos con mesura, con lógica, intentamos verlo todo y eso incluye lo del otro (intentar desarrollar la empatía), o entonces sí que estamos jodidos ambos!
Mente abierta, buenos razonamientos,...
En fin. Un poquito de por favor. Especialmente en Internet.




1 comentario:

  1. Pues ya esta todo dicho. Estoy de acuerdo en todo. No te acostumbres. Aunque me parece muy poco edificante la tortura y asesinato del toro, perderiamos capacidad para convencer si nos regodeasemos con la muerte de un torero. Demuestra poca nobleza lo de aplaudir por el funeral de tu contrario. Consigues lo contrario de lo que querias. Que descanse en paz ese joven torero. Creo que eligió mal el oficiopero esto no esta bien. Saludos

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