NOTA:
Trabajo de Rafael Rojas (rafarrojas) tomando como punto de partida "La Comedia Nueva" de Leandro Fernández de Moratín, para la asignatura de Literatura Española del siglo XVIII.
Otro más para vuestro disfrute (o no) y por si os sirve, a modo de particular Rincón del Vago.
NOTA 2: Y AHORA CON NOTAS AL PIE, QUE HAN LLEGADO MÁS TARDE (porque vinieron a pie)
«QUIS CUSTODIET IPSOS CUSTODES?»
O LA GUERRA QUE NO SE TERMINA NUNCA: NEOCLÁSICOS FRENTE A ROMÁNTICOS.
“El que esté libre de prejuicio, que tire la primera injuria”
¿Como se atreve nadie a llamar “afrancesados” a los del XVIII? ¿Es que hay acaso deporte más patrio y propio, más intrínsecamente español, que la crítica?
Y ésa la hemos llevado a alturas inmarcesibles, nunca vistas, a un nivel de virtuosismo inenarrable: ahora criticamos a los que critican a la crítica de los Otros. (La meta es lo meta-)
¿Pero quiénes son esos Otros?
Según y depende....
Bueno, por un lado y tomando como ejemplo “La Comedia Nueva” de Moratín, los otros son aquellos que se meten a escribir, “
a salga lo que salga, y en ocho días zurcir un embrollo, ponerlo en malos versos, darle al teatro y ya soy autor”, los que no se forman de acuerdo a “
un método de enseñanza y unas reglas que seguir y observar; que a ellas debe acompañar una aplicación constante y laboriosa, y que sin estas circunstancias, unidas al talento, nunca se formarán grandes profesores, porque nadie sabe sin aprender” (en mi opinión es el personaje de don Pedro el verdadero trasunto del Yo-Moral de Moratín).
Para los amantes del genio ilustrado y del siglo XVIII, el enemigo es quien no reconoce, ya no sólo el mérito, el talento y la calidad que brillaron en esa época, pero ni aún su identidad...
Lejos de mí el querer entrar en la polémica, aunque como en todas las guerras (y no nos equivoquemos, ésta lo es, y cruenta, para sus contendientes), se pide... ¡no!, ¡SE EXIGE! por parte de cada bando tomar un partido. Con frecuencia se presenta el debate como un tema cerrado que sólo permite el “o estás conmigo o estás contra mí”. Y uno se puede encontrar en la tesitura de no poder callar, ni huir, como le ocurría al personaje de don Pedro en La Comedia...
Distintos autores (como el profesor de la Universidad de Extremadura, Jesús Cañas * ) han recordado que la realidad se resiste a dejarse encasillar para nuestra comodidad en siglos-paquetes perfectos. O, ya puestos, en reinados. Es una carretera en la que los hitos, cuando los hay, no permiten la reducción a medidas exactas, homogéneas. La vida, la historia (y la de la literatura no es una excepción), es un devenir... Una sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente.
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En su estudio “Sobre el posbarroquismo y prerromanticismo en la literatura española del siglo XVIII: (De periodización y cronología en la época de la ilustración)”. Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2011
Los “marbetes” (le encanta al parecer la palabra a Cañas) comúnmente utilizados en literatura – véase, Ilustración, Rococó, Neoclasicismo, Posbarroco, Prerromanticismo- traicionan al estudioso de la literatura porque, entre otras cosas, muchos provienen de otras disciplinas humanísticas: historia, arte en general... *
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Y así ocurre por ejemplo que los grandes del Barroco en música -Bach, Vivaldi, Haendel- componen en el XVIII, cuando ya no hay grandes del Barroco en literatura.
Y traicionan las etiquetas porque se nos olvida también que son convenciones, representaciones, y las asumimos como si fueran la realidad que pretenden expresar. Cuando, de hecho, muchas veces la elección de etiquetas no define una realidad sino la ideología del que etiqueta: caso del Pos y el Pre, Barroco, Romanticismo, que presentan el Neoclasicismo como si solo fuera un lapsus, espacio intermedio sin identidad que merezca la pena, entre uno y otro. *
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No deja de resultar curiosa la analogía con aquello que decían los renacentistas de los medievales: “Nam fuit et fortassis erit felicius evum. In medium sordes...” ['Que hubo, y a lo mejor volverá todavía, una edad más dichosa. Lo de en medio es basura...'], como cuenta Francisco Rico que decía Petrarca en su epístola a Urbano V en el año de 1368. “El Sueño del Humanismo. De Petrarca a Erasmo”. Barcelona: Editorial Planeta S. A., 2014.
Pero si no hay etiquetas que hagan justicia a ese sumatorio, acumulación de rasgos híbridos, entonces ¿cómo se explica esas diferencias entre siglo y siglo, diferencias que han llevado a señores académicos, tan serios y formales por otro lado, a tirarse los trastos a la cabeza? [DON PEDRO.- Vamos; no hay quien pueda sufrir tanto disparate. (Se levanta impaciente, en ademán de irse.)]
Según nuestro profesor de literatura del siglo XVIII, Alberto Romero Ferrer, de la Universidad de Cádiz, son prejuicios ideológicos lo que lleva a respetables catedráticos como Marcelino Menéndez Pelayo “
en su contradictoria y manipuladora Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882),” “
desde su inflexible punto de vista ultraconservador y reaccionario, a “
dejar al margen de la historia” (al siglo XVIII español, la Ilustración, la tradición liberal en torno a 1812 y el mundo de los afrancesados):
Porque lo juzgado como extraño o heterodoxo respecto al relato canónico de la historia debía ser barrido y arrinconado en el desván de la desmemoria, el siglo XVIII, su pensamiento y su literatura, debía ser eliminado, olvidado como una pesadilla, todo lo más, recordado como una “infeliz centuria”.*
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Alberto Romero Ferrer: “Aquella Infeliz Centuria” o El Sí de las Letras. Revista XVIII Dieciocho, Vol. 30, Nº 1, 2007. págs. 149-160
Yo, por mi parte, propongo DOS HIPÓTESIS que podrían explicar lo mismo de otra forma:
1.
Rasgo de Carácter: La clasificación, no ya por siglos, reinados, etapas, sino por individuos, como un rasgo de carácter semejante al que actualmente se emplea en psicología para distinguir a personalidades coléricas, nerviosas, sentimentales, abúlicas, apáticas y amorfas. Y así distinguiríamos entre Personalidades Neoclásicas y Personalidades Románticas, lo que explicaría la coexistencia de un Moratín y un Cadalso o un Villaroel en el mismo espacio-tiempo, salvando similitudes y coincidencias propias de su zeitgeist (espíritu de la época).
2.
Igualdad versus Libertad. A partir del argumento de Romero Ferrer y otros como él que ven en el fondo de la cuestión una auténtica discusión política e ideológica, me atrevería a relacionar esas psiques recién descritas como “neoclásicas” y “románticas” con dos inclinaciones por uno u otro de los principios que en la Revolución Francesa aparecen como juntos y fundamentales. Me refiero a la Igualdad, por un lado, y a la Libertad, por otro; como si el carácter llevara a escoger uno sobre el otro y a lo que representan. El hombre que denomino neoclásico (sin considerar el siglo en el que nació) sentiría, según mi hipótesis de trabajo, un irrefrenable deseo de hacer a todo el mundo igual. Así Moratín busca la justicia social, (“El que socorre a la pobreza, evitando a un infeliz la desesperación y los delitos, cumple con su obligación; no hace más”) y aspira a lograrla, como tantos otros “neoclásicos”, mediante la instrucción y la enseñanza de unas reglas, de las que uno no se puede separar, para conseguir el bien común .*
*
Sancho intentando convencer a Quijote de que abandone sus locuras es como Don Pedro intentando convencer a Don Eleuterio (que nombre más propio para el que nos roba el tiempo).
Esa defendida mímesis, en el sentido de emulación de lo mejor, llevaría ineludiblemente (mantienen) a una forma de utopía en la que triunfa la igualdad y por tanto la excelencia en los conceptos y en las letras. Y así, y al cabo, todos entran en un camino de igualación, igualdad. (¡Tricornios para todos!, dijo Esquilache... Y también, curiosa asimilación, los neoclásicos -en este caso, los ilustrados de las Sociedades- pretendían como luego los revolucionarios soviéticos una redistribución de la riqueza: véase, amortizaciones). Por su parte, los de temperamento romántico anteponen la libertad individual a cualquier otro valor, se muestran celosos de su individualidad, ya sea nacional (nacionalismo) o personal. Estiman como suprema la idea de la diferencia, de la exploración propia de los límites. Por eso defienden la creación frente a la mímesis, la originalidad única frente a la imitación ajena....
Llegados a este punto, he de apuntar que es mi creencia que ni los neoclásicos consiguen tal igualdad (y no sólo porque les salgan mil Hermógenes, diletantes eruditos a la violeta, lo que hoy llamaríamos “rolleras”, que parecen ser neoclásicos sin serlo, porque son sólo cáscaras vacías de moral y de principios) ni los románticos tal dorada diferencia (que luego salen intransigentes que no es que no vayan contra las reglas, sino sólo contra las ajenas, porque las propias con desgraciada frecuencia las intentarán forzar gañote abajo a todos los demás) .
Porque al igual que en esas etiquetas de la psicología tradicional rara vez hay un carácter 100% puro, y un colérico tiene facetas abúlicas o sentimentales o amorfas, y viceversa, hay neoclásicos (según mi clasificación) que tienen algo de romántico y románticos con algo de neoclásicos. O tal vez, también, que somos simple, tristemente humanos.
O dicho de otra forma, que en cuanto a los españoles, la verdadera fiesta nacional parecen no ser los toros, sino las cornadas, esas sí, a diestro y siniestro (siniestro demasiadas veces). Como decía el personaje de Blas, en la obra de Gutiérrez del Castillo “El Día de Toros”: “¡Jesús!, don Lucio, parece que el espíritu se ensancha el dia de toros.”....
... Será eso.
rafarrojas