El HIPOCONDRÍACO es alguien aficionado
a un tipo concreto de novela de crímenes. La suya, el suyo. Desearía
poder ir a la última página para poder ver quién lo mató: ¿Será
el señor Alquitrán en el Pulmón con la Asfixia?, ¿será la
señorita Sangre en el Cerebro con un Derrame?. ¿o será el Capitán
Digestión en el Intestino con un Cáncer?... Las pistas están todas
ahí, al alcance de sus sentidos pero al mismo tiempo ocultas a plena
luz del día, disfrazadas de normalidad. “Es sólo otro catarro
más”, “parece que tengo una indigestión”, “¡qué mareo más
tonto he tenido... ¡será que me he levantado demasiado deprisa!”.
Habrá traición del servicio: no se
equivocaba el que decía que siempre es el mayordomo.
O tal vez será el corazón amigo,
después de tantas cosas como han pasado juntos, el que le dejará en
la estacada en un momento repentino de necesidad.
O no, una conspiración, un fallo
multisistémico: “¿Tú también, Bruto (Riñón)?”.
Cualquiera, puede ser cualquiera.
Y mira a cada uno de sus allegados con
desconfianza inevitable, con miedo (cerval, pánico... natural, como lo son los ciervos y el dios Pan).
Llegaron, tarde, aquellos estúpidos
policías de la salud, los médicos. Ese oficial, endiosado, dándose
aires de profesional con su libreta, pero luego en las entrevistas no
atina a descubrir al culpable. No sabe hacer las preguntas correctas.
El asesino está ahí, ante sus propias narices, y no es capaz de
reconocerlo. Necesitaríamos un Holmes y tenemos un Lestrade de la
Seguridad Social. Esto le supera, carece de la sutileza necesaria
para discernir dónde se encuentra la verdadera amenaza.
Y las precauciones que toma, ¡ja!:
“quitémosle el tabaco, el azúcar, la carne roja”... Tal vez
funcionarían si en aquella ocasión se tratara de un vulgar robo de la vida.
Pero no... Hay insidiosas fuerzas, alevosos actores en marcha, que
vierten veneno secreto, clavan el puñal de pronto por la espalda.
No hay que olvidarse de que el móvil
del crímen no es siempre tan evidente.
El hipocondríaco lee con ansia y
curiosidad sin límites el cuento de su final. Dicen que está
paranoico pero es que no saben que realmente es seguido de cerca: la
dama oscura de la guadaña, embozada, esperando su momento.
POSDATA... Si supiera dónde, esta reflexión chorra-metafísica iría a algún concurso, por ver si da réditos. Como no, queda aquí como otro post que no sirve pá ná y que nadie lee, de rafarrojas.
Por cierto, que buscando la foto de Woody, mi hipocondríaco favorito, dí con este artículo: http://www.elmundo.es/salud/2015/02/06/54c237aa268e3ed52a8b457e.html
Yo también he ido adquiriendo muchas curiosidades científicas o periodísticas buscándole rostro en forma de foto a mis blogs. Que te hayas acordado de Woody es de lo más pertinente. Creo que fue en "Hannah y sus hermanas" dónde más le veíamos mejor esa personalidad hipocondríaca tan sacada de su biografía real. El lugar dónde puedes colocar tus elucubraciones, hoy en día, puede incluso ser un lugar dónde se hagan cuentos breves. Para mí es como aquellos magníficos artículos de Larra. Informativos, lúcidos y divertidos. Románticos sois los dos(Larra era y dejo de ser por propia mano, ya lo sabes). Un abrazo.
ResponderEliminarMientras les buscas otro espacio, nosotros los disfrutamos
ResponderEliminarUn beso
Ya son al menos tres personas que te han leído, hay científicos que no lo pueden decir de sus artículos. ¡No seas tan hipocondríaco de tus blogs!
ResponderEliminarInteresante reflexión sobre el carácter del hipocondríaco. A propósito, a lo mejor te interesa contemplar cambiar de médico de cabecera...
Incluso leí, bueno, escaneé un post antiguo del cine y me sorprendí tener que corregirte en un tema musical. La canción del Dirty Dancing, no es el Tequila sino el leyendario Wipe Out, aunque, si no me equivoco no en su original de los Surfaris pero la versión de los igualmente leyendarios The Ventures.
No me considero hipocondríaco pero últimamente me está pasando de to... será la edad.
ResponderEliminarSaludos varios.