Digo yo que no pasará nada por publicar aquí un cuento que me premió la Asociación de la Prensa de Málaga y Unicaja. Saqué el equivalente a 600 leuritos (entonces 100.000 pelas). El concurso se llamaba Juan José Relosillas. No sé si tengo derecho o no, y si no lo tengo, si me podrían perseguir judicialmente por ello, : )
UN MAMUT EN PARO
(Lugar: Madrid. Tiempo: enero de 1993)
Cuando, al despertar, el paladar pareció un velcro al que se hubiera pegado la lengua, lo supe: hoy iba a ser un mal día. El sueño había cumplido ya con su función de lavadora del carácter y no quedaba nada del espíritu con que me acosté la noche anterior. Ese centrifugado fulminante que tiene lugar cuando pierdes la consciencia está muy bien para ésos que alcanzan la cama sumidos en oscuros y lóbregos pensamientos, que luego se despiertan con la mente limpia, como los chorros del oro, pero a mí, que aprovecho la oscuridad de las altas horas para disfrazar el desastroso panorama con los alegres colores de la esperanza, ¡maldita la falta que me hace! Y era tarde, lo supe enseguida, que ni siquiera oía la radio de mi abuela. Dos almas opuestas (y, sin embargo, complementarias), mi abuela y su radio. Una, mi abuela, no hace el menor ruido y a cualquiera que no tenga ojos entrenados podría pasársele por alto su existencia sobre el sillón de la salita, que tiene sangre de camaleón dice mi tía Abdulia y se confunde su chal de camuflaje con la cretona del asiento, que cualquier día se nos transmuta en sofa y nadie lo nota. Que a las visitas hay que avisarlas con tiempo -"aquí, mi abuela"-, no sea que se sienten en el sillón sin percatarse de ella y nos la chafen, o que se crean solas cuando nos vamos a buscar bebidas y se tiren un pedo,... todo puede ser. Y luego de mi abuela, no muy lejos de ella, con las mismas horas de vigilia y siesta, su radio, hija del trueno y del espanto, que no emite sonido, lo vocifera. Y total, ¿para qué?, que mi abuela, la pobre, está como una llena de graffiti. Pero ahí andan las dos, pegadas, mi abuela y su radio, rugiendo una, calladita la otra, deshilvanando su amistad por los pasillos de la casa. Pero yo tengo el sueño comatoso, digo yo que será porque en el fondo soy un bendito y tengo el profundo de los justos, y no me entero de nada. De cualquier forma, sé que si me despierto a tal hora, ahí estará mi abuela con su inseparable compañera, la radio, informando del estado del mundo a los pingüinos y a todo otro bicho viviente que no sea sordo o de los justos hasta el Polo. Si mi abuela no está junto a mi cuarto, en la cocina, es que se me ha vuelto a pasar la hora de empezar la vida nueva y tengo que hacerme a la idea de vestirme mi vida de siempre. Y juro que no me gusta esa vida que tengo, que me tropieza con los horarios de la gente civilizada: que apenas me queda tiempo para poca cosa más que ducharme antes de que para los demás sea hora de comer, y que así llega la siesta para todos y para mí empieza el día (pero a nadie se le ocurre empezar nada a las cuatro de la tarde), y que ya no puedo ir al banco (aunque realmente eso no me preocupa ahora, porque no tengo duros que sacar de él, al ser más pobre que una rata), y que todo lo que pedía ser hecho de nueve a dos no podrá efectuarse hoy, y que luego me dan las cinco y media y me tengo que ir a la academia y ya se me ha fastidiado ahí una hora y media (muy poco tiempo para acometer proyectos grandes y demasiado tiempo para no hacer nada), y luego volver y ya casi están cenando, pero yo no tengo hambre todavía, y de pronto se ha hecho de noche y se van a la cama, y se me ha quedado el día deshilachado y lleno de flecos temporales, porque en la necesaria adaptación de mi horario al de la gente normal demasiados minutos tengo que conceder a los intermedios. Pero a pesar de todo sobrevivo.
Bueno, me acabo de dar cuenta de que nadie de aquí me conoce. Y sin embargo soy más corriente de lo que parece. Pero es que, a pesar de los temores de aquel profesor del colegio que me tenía manía y de las esperanzas de aquel otro que tan cariñosamente me trataba, no he triunfado. Esa, digo yo, será la explicación de mi anonimato. Nadie se ha fijado en mí, siendo a la vez un chico tan corriente y tan poco exitoso. Bueno, sí, lo hizo una chica ayer en la calle, cuando volvía de comprar tabaco. Se cambió de acera. A lo mejor vió reflejada en mis ojos el ansia de fumar y lo confundió con ese otro ansia malsana que gotea de los caninos de los violadores. Al levantarme esta mañana, supe con la certeza de los depresivos que si por un milagro de la naturaleza había un sosia mío suelto por el mundo (como siempre deseo mi narcisismo) sería un violador, u otro miserable semejante. Con mi suerte, un día me detenían y antes de darme tiempo a llamar a mi tía Abdulia para explicarle que no podía ir a cenar (que siempre se preocupan en casa, si llego tarde), ya me habría linchado una turba de furias.
"Pues sí, otro día más en la vida de nuestro héroe", me dije, mirándome al espejo. Siempre he pensado que si la cara es el espejo del alma y el espejo refleja el espejo del alma invertido (como invertidas están el resto de las imágenes que muestra) entonces es que yo, en el fondo, estoy predestinado a triunfar. Porque la cara que me mira, rebotada desde el azogue, es la de un fracasado.
Lo advertí antes: a estas horas del día, tiendo a ser depresivo. O debería decir, realista. Abogado, treintón, en paro ya dos años, con experiencia en dos bufetes sin nombre llevados por sendos innombrables que timaban en sus tarifas hasta a sus amigos y que por supuesto explotaban a sus curritos con la excusa de proporcionar prácticas. ¡A ver quién no se sentiría un poco defraudado consigo mismo o con la vida, de estar en mi caso! Dos años en paro... Ahora, encima, tiempo de crisis, aseguraban los expertos. Más duro para conseguir un duro. Claro que cuando llevas ya un tiempo prolongado como trabajador inactivo, las crisis y las bonanzas tienen tan poco efecto en tí como el cambio de estaciones sobre el cuerpo del mamut antediluviano congelado en un glaciar perdido. Pero de todas formas.
Y, sí: soy muy, muy parecido a un mamut congelado. También percibo a mi alrededor, como él lo haría de no haber sucumbido al sueño del hielo, cambios y más cambios, hasta el punto de no reconocer mi entorno, ni comprenderlo. Mis amigos Berta y Pablo estaban hace un momento ennoviados y al segundo siguiente tenían dos hijos, y los plazos de la hipoteca sobre la casa, y el segundo coche, éste más grande que el primero. O como mi amigo Alfredo, que ayer lucía melena y hoy calva, que se han sucedido tan rápido a mis ojos la una a la otra que todavía creo que soy testigo de un corte de pelo exagerado. Alfredo se volvió minucioso con la pérdida del pelo. De contar los pelos en su larga (para mí, instantánea) agonía capilar, ha pasado a contar las pelas en el banco de negocios. Pelos y pelas, ¿lo cogieron?... Pues tan fácil como el chiste, tan sencillo como ese proceso natural que es para algunos machos de la especie la calvicie, se convirtió Alfredo en un hombre de provecho. Ahora, además de trabajo, tiene un objetivo en la vida: esperar rodeado de sus tónicos y de sus tratamientos revolucionarios la bajamar pilosa de su cráneo. ¿Pero yo, qué tengo yo? Ningún destino, ningún objetivo. Cierto que estoy preparando una oposición. Pero eso es más un reconocimiento de mi falta de objetivo, que una prueba de su existencia. Me apunté a la academia más que nada por no ensombrecer los últimos años de la abuela y darle un gusto a la tía Abdulia, que todavía guardan esperanzas de que yo llegue a algo, siguiendo la carrera civil.
Más que carrera es una maratón. Y ya saben lo que le ocurrió al corredor griego, que justo cuando llegó para dar la noticia reventó. Así me veo.
Como el mamut en su cárcel de cristal y témpano, vivo enclaustrado, sin otro contacto directo con la realidad que mi propia persona. Y en lo que se refiere a mí, sí, insisto, soy realista, que me conozco demasiado bien para ser otra cosa. Ahora, con lo demás, lo reconozco, sólo puedo decir que lo intento. ¡Pero cambian tanto las cosas!, ¡y tan rápidamente! Dejé de leer los periódicos hace tiempo, desde la última vez que trabajé, que ya se sabe que los que trabajan leen el periódico en la oficina, y hacen otras cosas que ahora me resultan excéntricas y llenas de magia, como comprar participaciones de lotería que nunca tocan o decirle a un proveedor "¡quiero este asunto resuelto ya!" (¿qué se sentirá diciendo palabras tan misteriosas y llenas de poder?). Por eso no sé si mi conocimiento del mundo es muy ajustado. Conozco algunos cambios, los observo camino de la academia en la calle. Como el otro día, que ví a un negro montado en elefante circulando por la Castellana, y como nadie se asombrara, me dije que sería un desfile solitario del rey Baltasar. Pero ayer lo volví a ver, y más negros, y más elefantes, y tres camellos, y me ha dicho mi amigo Julián que por eso les plantean problemas con la ley de extranjería, por venir con elefantes no vacunados, y también que por eso se hunden tantas pateras, que el peso de sus animales de compañía las vuelcan. Ese tipo de cosas me sorprende, pero yo ya sabía que había una ley de extranjería que no dejaba entrar a ciertos emigrantes, y que entonces había muchos que se intentaban colar cruzando el mar en patera. Pero no, de los elefantes no sabía nada...
Cuando digo que intento adaptarme a los cambios, me refiero a que intento disimular mi ignorancia en las conversaciones con mis amigos. A veces me cuesta horrores, sin embargo. Lo de la tercera guerra mundial que tuvo lugar en Oriente Medio, por ejemplo, me pilló totalmente despistado.
Para mi amigo Alfredo no saber lo que pasa es crimen de lesa majestad y me abroncó durante media hora por no haberme enterado. Y la verdad es que la cosa parecía importante. Claro que Alfredo me dijo que ya no lo era tanto, que las fuerzas aliadas habían conseguido frenar el avance de la nube radiactiva en Argelia y que lo único que ocurría es que el desierto del Magreb alcanzaba ahora Turquía y que ahí ya no había nada vivo, ni un mal cactus. Además el Gran Cónsul González y el Alto Consejo de Ancianos habían logrado que la ONU aceptara la neutralidad de Espania en el conflicto. Tras media hora de bronca cualquiera le decía a Alfredo que me había quedado en la parte de la historia en que González era presidente y Espania era España y que no sabía nada de un Alto Consejo de Ancianos! Intenté acordarme para otra vez, eso sí, de que ya no había democracia en Espania y quizás tampoco letra "ñ". No es que me importara demasiado. Hacía siglos que no votaba. Y luego Berta me confirmó lo de la "ñ". Me explicó que había sido un efecto de los teclados informáticos, que al fin había triunfado un intento antiguo de los fabricantes de "hardware" de no incluir esa letra del alfabeto español, y que la gente se había acostumbrado a sustituir el sonido "ñ" por "ni", y a decir "conio" y "ninio" como ya se hacía de tiempo en algunos pueblos de Andalucía. Cambios, cambios.
Aunque, en ocasiones, más que cambios se trataba de descuido por mi parte. Simplemente, que no prestaba atención y que así, claro, equivocaba las nociones. El otro día con Tere, a la que llamaré mi chica para que no crean que soy como esos otros pajilleros-pobreshombres que se masturban porque no tienen con quien, aunque sé que nunca llegaré a nada con ella, que la aprecio pero no estoy enamorado y nunca me casaré con ella, que todavía creo que casarse se reserva para la princesa azul y que aunque Tere, como actriz que es, se viste de azul y hace de princesa en esas obras que nadie conoce, no es en realidad mi tipo. Eso sí, me salva de ir a todas las reuniones sin chica. Y para justificar mis pajas, que no soy Umbral ni tengo su éxito como para poder lucir el onanismo como pose. Pero lo que decía antes de esta disgresión, que con Tere tuve ocasión el otro día de darme cuenta de una de tantas equivocaciones. Vino con uno de su compañía de teatro, un individuo de piel azul pálida, guapete él, de aire tristón, y me lo presentó como Fingarian-dûr-keriah, un elfo de Eslindor. Y fíjense que yo pensaba que los elfos eran invenciones de Tolkien o Dunsany, y ¡mira lo que son las cosas!, que sí, que existían fuera de los cuentos. Claro que para ver hay que mirar y yo camino con la vista fija en el suelo, haciendo rayuela con las baldosas en las aceras.
Y más, que por ser de agitada vida social Tere, he tenido oportunidad de ir a alguna de sus fiestas, donde todos son artistas e intelectuales, y hay gente del Conservatorio estudiando tantos instrumentos a la vez que uno puede creer que luego se pasearan por los pueblos como hombres-orquesta, y chicas que han hecho diseño y hablan de la nueva temporada para el zapato como quien comenta que es tiempo de recogida del nabo, y homosexuales, y mutantes, y en general toda clase de personas que al parecer es normal encontrar en los círculos artísticos. Y así me doy cuenta de que hay más especies inteligentes de las que tenía conocimiento. Aquel zombulko, por ejemplo, con sus tres cuernos, su pelaje pardo y aquella voz de barítono. Yo no sabía que existían los zombulkos. Pero es que salgo relativamente poco. ¿Cómo voy a salir, si no tengo dinero ni para pagarme una partida de Tetris en un bar de mala muerte? Para vivir hace falta dinero y relaciones. Ambas, cosas de las que carezco (si descontamos, eso sí, a mis amigos de la infancia, Berta y Pablo, y Alfredo, y Julián, y sus novias y sus amantes, y mis ahijados -los hijos de Berta y Pablo-, y Tere, y la tía Abdulia y la abuela y su radio; pero a todos ellos les trato entre cuatro paredes y las más de las veces hablamos de cosas que nunca cambian como los recuerdos de la niñez y el colegio, y nuestro mutuo afecto). Para tener dinero y/o relaciones, hace falta tener trabajo. Y yo no tengo trabajo, luego no tengo dinero ni posibilidades de aumentar mi circulo de amistades, ni en definitiva más vida que la del mamut congelado.
Me gustaría aprehender la realidad, "cognoscerla" que dirían los filósofos y los pedantes, pero se escapa entre mis dedos como la mano sudada del que me presentaron en la fiesta en la que me colé, que a buenas horas le habría dado yo la mano si lo hubiera sabido. Aprender a manejar la realidad requeriría ya no preparación, sino formación continua, como la que dan a los profesionales en las empresas. Pero yo no soy profesional de nada. Todos son profesionales, menos yo. Mi portero, Torcuato, sin ir más lejos, es Master en Vigilancia Especializada de Garito y Porterías Varias, como luce el certificado que hizo enmarcar a la puerta de su oficina, al final de la escalera. Como Master que es, es lógico que no me abra la puerta de la entrada cuando vengo de la compra cargado con barras de pan y filetes de lomo adobado. ¡A mí, que soy un parado que no tengo donde caerme muerto, me iba a abrir un pedazo de profesional con trabajo de por vida como es él! Yo procuro no interrumpirle cuando en su sancta santorum entretiene el rato haciendo alquimias, que además de su master en porterías es brujo por correspondencia. Me las apaño bien, que ya me he acostumbrado a abrir la puerta con las orejas, que de algo habría de servirme haber heredado las de soplillo de mi abuelo Enrique, d.e.p. Dúctiles vibrátiles son mis orejas...
Pero divago. Al mamut también se le va la cabeza de tarde en tarde en su bloque de hielo. Y es que no tengo trabajo, lo dicho. Y sin trabajo no se segrega adrenalina, y sin adrenalina se nos pasa la vida en modorra, soñando despiertos, papando moscas. La cosa parece que no tiene solución, me dije esta mañana. Fuí a la entrevista de trabajo y me recibió un hombre ceñudo, de esos tan serios que crees haber dicho una inconveniencia ya antes de abrir la boca. Era un anuncio que prometía no tratarse de ventas. A diferencia de otros a los que contesté anteriormente, en éste ni siquiera intentaba vender algo el ofertante del trabajo. Todo empezaba bien. Le hablé de mi carrera y de mi experiencia laboral. Me escuchaba con las cejas haciéndole de alas de gaviota en vuelo. Me hizo unas preguntas sobre derecho laboral, y, afortunadmaente, todavía recordaba algo de la Facultad. Luego fue como esos libros de ciencia que tienen una primera frase absolutamente comprensible "dos más dos igual cuatro", pero que inmediatamente se catapultan a la esfera de lo incomprensible "...de lo cual se deduce que el producto de la cotangente variable de pi elevado a z por la derivada múltiple de w... etc". Me preguntó si tenía idea de gestión de turebios, o de las técnicas de transmarketing condicional, o de como usar un programa dublente en el ordenador... Si no era eso lo que dijo, me sonó igualmente a chino. Ahora comprendía su ceño. Un parado haciéndole perder el tiempo, eso era yo.
Creo que le voy a decir a Tere que nos casemos. Estoy harto de esta vida apartada de la realidad. Quiero tener un niño. Acaso él sepa como salir de este cubo enorme de hielo donde vivimos los mamuts desde que el curso de los acontecimientos nos hizo apuntarnos a las listas del paro. Quizás a través de los ojos de mi futuro hijo pueda yo comprender esta realidad tan extraña...
Sentado ante mis temas en el cuarto, me despista del estudio ver volar abuelitas que se acercan a los alféizares de las ventanas para picotear migas de pan que les dejan los vecinos. Se distinguen de mi abuela en que no llevan radio.
fin de Un Mamut en Paro
Onions
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Como decían en Twitter con la viñeta de arriba, a lo mejor mi problema es
que tengo demasiada cebolla en mi vida.
¡Buenas semana!
Hace 1 día
Buf, rafarrojas el Desmembrado, esto es tremendo!! No sabes lo que me alegro de que hayas recuperado el texto para nuestro gozo, disfrute y angustia vital. Que mira que se pasa malamente leyéndolo, y ahí está lo bueno. Y que en casi dos décadas (enhorabuena con 18 años de retraso por el merecido premio) no haya perdido vigencia alguna sino que probablemente la haya hasta aumentado. Si es que además de bueno, eres un visionario :-)
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por traernos esta joyita. No preguntaré en qué gastaste el dinero porque algo me dice que no es de mi incumbencia.
Tengo que reconocer que para mi gusto es buenísimo. Espero que siguieras escribiendo... por el bien de la humanidad.
ResponderEliminarQuería decir publicando...
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