Como siempre: por si a alguien le interesa y, en todo caso, es lo único q tengo tiempo de escribir estos días.
"LO QUE LEEMOS, LO CALLAMOS" (Daniel Pennac)
...salvo que nos obliguen a lo contrario
"MAL DE ESCUELA", Debolsillo, 1ª edición, septiembre, 2009
"COMO UNA NOVELA", Anagrama, Colección Argumentos, 14ª edición, noviembre, 2009
_____________________
¿Qué mejor forma de demostrar nuestro respeto a un libro que traicionando sus ideas?: "Basta una condición para esta reconciliación con la lectura: no pedir nada a cambio [...] No plantear la más mínima pregunta. No encargar el más mínimo trabajo" (pág. 123).
Claro que no se trata de que nosotros recuperemos el placer de la lectura, sino que se lo hagamos recuperar a otros, nuestros alumnos. Así es el máster, podría apostillar ahora un crítico.
Pero también deja al descubierto una de las dos debilidades de la argumentación del libro.
¿Cómo se puede saber qué ha entendido el alumno, si ha entendido algo, o incluso si siquiera ha leido un libro, con este sistema tan "hippie", tan feliz y liberal de no pedir trabajos, ni informes ni comentarios, Sumerhill en versión literatura?
Suponemos que el alumno hace lo que querríamos que hiciera ("cumplir el programa", dice Pennac, "para dar a entender a las instancias competentes que no nos hemos limitado a leer para distraernos", pág 131)... ¿porque es maduro y responsable?, ¿porque leer redunda en su propio interés?, ¿porque cuenta con toda nuestra confianza y se ha comprometido a ello?, ¿porque la lectura le va a gustar?.... ¡Naaah! Y si no, mira cómo lo primero que pide el máster del licenciado (maduro, interesado, comprometido a más no poder) son pruebas (y comentarios y análisis y...). "Ni el tribunal, ni tú, ni los padres desean especialmente que estos chicos lean. Desean que saquen adelante sus estudios, ¡punto!" (pág. 73)
El segundo fallo que le veo corresponde a la segunda gran propuesta del autor. En el principio, dice este profesor, fue el cuento contado por la noche antes de acostarse. En el principio, la tradición oral, la historia que se iba deshilvanando, o, todo lo contrario, tejiendo, con las palabras vivas y palpitantes de un orador, un lector, un fabulador, sobre el mismo aire. "Su voz, al igual que la de los trovadores, se dirigía a un público que no sabía leer." (pág. 91) Se supone que así. leyendo en voz alta para nuestros alumnos, éstos experimentan el placer de la lectura, le cogen el gusto. "El culto al libro depende de la tradición oral: y tú eres su gran sacerdote" (pág.74)
Lo cierto es que tanto el que lee en alta voz como el que escucha se enteran menos. El que lee dedica la concentración (que antes habría dedicado a entender, a paladear, a masticar despaciosamente su lectura), a modular la voz, a dotarla de fuerza o intensidad. Lo sé, lo he hecho. Soy padre, he sido locutor de radio.
Y el que escucha no deja, por escuchar, de hacer esos altos de reflexión tras una frase determinada o un giro en la narración que le ha recordado que... Si lo hiciera con el libro delante, podría luego fácilmente volver a él, descender de nuevo con suavidad de diente de león al mismo punto que abandonó tras dedicar minutos (o siglos), un tiempo indeterminado, a su propio pensamiento, que se entreteje con lo que le cuentan desde el libro, como hiedra en torno a un muro. Pero cuando el que lee es otro, ¡ah, la cosa cambia!: Me voy, incluso sin poderlo evitar, y ya me he ido... Los otros siguen adelante, se marchan por otro camino, mientras yo derivo, me pierdo, elucubro. - Cuanto más soñador, peor.
Y estamos hablando de obras pensadas, no para ser leídas en voz alta, como aquellos romances de amor cortés o las canciones de gesta, que consideraban todos los problemas de la transmisión oral, y los habían resuelto (por ejemplo, mediante repeticiones y reiteraciones), no. Esto es texto, del ideado para ser letra de tinta, grabado en piedra. El medio es el mensaje, y el medio es un libro.
Y no se acaban aquí mis críticas, a este corso-marroquí, Pennacchioni. No me parece lo de leer a saltos, a ojeadas, a medias.... Me viene a la cabeza "El Nombre de la Rosa", con esas eruditas y larguísimas disertaciones acerca de las distintas piedras preciosas y semi-preciosas... Tal vez pueda alguien saltárselas (a mí, desde luego me habría gustado). Sin embargo si lo hiciera, lo que quedaría no sería Umberto Eco, sino un autor de novelas policíacas cualquiera. Y si dejan la novela de Tolstoi reducida a los amores de Natasha, ¿sigue siendo Tolstoi, sigue siendo Guerra y Paz, o es Corín Tellado con acento ruso? De acuerdo que no siempre es necesario (tal vez nunca) conocer el contexto de una obra para disfrutarla... pero ¿el contexto de la propia obra (los antecedentes y explicaciones al margen que nos ofrece el propio texto para situarnos)? Quiero decir, somos algo más que la suma de nuestras partes, y desde luego somos más que la suma de alguna de nuestras partes. Y la idea que nos transmite un libro puede estar en una sola frase, o en todo el libro, sin que nos podamos perder una coma, o según qué comas. De forma que no creo que nos debamos permitir (salvo en casos muy concretos) saltarnos nada de un libro, porque el peligro es que al hacerlo perdamos el libro en su conjunto. Y Moby Dick es la reflexión de la caza (pesca) de las ballenas y aquella otra sobre los colores (que si el blanco es para boda o para entierro, según la cultura). Porque ¿cómo sabemos qué parte de la novela podemos cortar?... ¿la que queremos?
Y después de todo lo que he dicho en distintas ocasiones en clase sobre "Crepúsculo", tampoco podría defender ahora la teoría de Pennac sobre leer "cualquier cosa".
Hay un error común que es considerar que todo lo escrito en un periódico es verdad.
Otro, que todo lo que se publica en forma de libro es literatura.
"Hay buenas y malas novelas. Las más de las veces comenzamos a tropezarnos en nuestro camino con las segundas". (pág 157) Pero no es cierto que de las novelas de Harlequin o Frank G. Slaughter pasemos a Boris Pasternak. No lo creo. Porque lo serio, lo sesudo, lo importante, lo intelectualmente superior, exige esfuerzo. En cine, por poner un ejemplo, puedes ver "Cuestión de Pelotas" con la décima parte de dificultad que verías "El lector" o "La Vida de Otros". Y no consumimos igual un estudio de Debussy que una canción de Los Delincuentes. A cambio, no nos aportan lo mismo. Nos cuestan, nos duelen incluso, pero nos cambian, nos mejoran, nos aportan algo. O no nos cuestan, nos hacen pasar el rato, nos entretienen, nos distraen... y no nos dejan más que una sucesión de tópicos, estereotipos, simpificaciones como herencia. La elección muchas veces no es la más adecuada. Por eso hay tele basura, pornografía, prensa amarilla y rosa, en vez de canales culturales y prensa de verdad. Porque seguimos la ley del mínimo esfuerzo, porque es más fácil embrutecerse que refinarse.... Y el tiempo es limitado. No podemos perderlo con cualquier cosa. Sí, de acuerdo: leer "Crepúsculo" es mejor que, se me ocurre, drogarse o pegarse un tiro en la frente o asaltar joyerías. Hasta ahí les concedo a sus defensores.
Como poco es una lastimosa pérdida de tiempo.
Me llama la atención, además, que lo diga el mismo que advierte sobre el consumismo de los chicos, la trampa del marketing, la banalidad de las modas.
También he leido "Mal de Escuela"... Otro día, justo cuando deba hacer otra cosa y busque huir, como hago siempre, que es escapar de lo que viene impuesto, lo insoslayable, lo irremediable, el deber,.... traicionaré las palabras de Pennac y haré un comentario personal de este buen profesor. Y empezaré por hablar de las cosas que tienen en común, los dos libros.
Hablan de amor. Del saber que se da por amor. Del amor del que transmite libros: "las cosas más hermosas que hemos leido, se las debemos casi siempre a un ser querido", pág. 84, "amar es regalar nuestras preferencias a nuestros preferidos", dice en Como una Novela, y en Mal de Escuela, "sabéis muy bien que el método no basta. Le falta algo....[...] si sueltas esta palabra hablando de instrucción, te linchan, seguro.... El amor" (Mal de Escuela, pág 248).
El amor por la propia materia (como aquel profesor de matemáticas que figuraba entre los cuatro grandes de Pennac), el amor por el oficio de maestro (como aquel otro de los mismos cuatro que luego no recordaba al autor), ... y en último caso el amor por los alumnos.
Señala como fundamental la motivación: los niños no van a aprender, si no desean aprender. Hay que hacerles desear saber. Y para desearlo, necesitan creer que pueden hacerlo.
Apunta que hay que ver más allá de la apariencia: apariencia de zoquetes (a los que dedica el libro de Mal de Escuela), él mismo, zoquete desde que a los seis se le recalentara el cerebro en el basurero de Djibuti, bromea. Zoquetes que no lo serían sino fuera porque les han dado por imposibles. La mayoría puede ser repescados. Si alguien les presta atención, si su profesor no renuncia y busca vías alternativas de formación. Me da la sensación de que ve dos tipos de reacción según el zoquete: el que se crece, chulito, como aquel negro que le detuvo en mitad de la calle, Maximilian, o aquéllos que se vienen para abajo, llorando como Nathalie que no sabía "la proposición-subordinada.conjuntiva-adversativa-y-concesiva": "¡hala, mal de escuela, desproporción, desproporción, un malestar probablemente desproporcionado!"
Chulos y llorosos por igual esconden miedo, miedo de no comprender, de no alcanzar, de no ser lo suficientemente inteligentes para responder, aprender,... sufrimiento de zoquetes.... Cuando, en la realidad, la mayoría, lo son, tienen lo necesario, pueden.
He leido a Pennac como quien lee su propio diario rescatado del futuro. Me cuenta lo que creo que será mi realidad dentro de unos pocos años (muy pocos, espero). Y me ha gustado. Representa la esperanza, pero también el sentido común. Como cuando dice que "sucede con la pedagogía como con todo lo demás: en cuanto dejamos de reflexionar sobre casos particulares (pero, en este campo, todos los casos son particulares), para regular nuestros actos, buscamos la sombra de la buena doctrina, la protección de la autoridad competente, la caución del decreto, el cheque en blanco ideológico". (Mal de Escuela, pág 118). Así que él hace cosas que dicen los modernos y los guays y los pedagogos de nuevo cuño que es abominación: repetir, aprender de memoria ("y por qué no aprender de memoria estos textos?, Mal de Escuela, pág 128).
En definitiva, y por buscar una frase que resuma lo que he sentido leyendo a este buen hombre, suena lo suficientemente realista y al mismo tiempo lo suficientemente idealista para que me haya encantado.
¿Quién sabe donde?
-
¿Pero dónde leches está? La maldita puerta, la del texto de arriba, la que
--estoy de acuerdo con A J-- debería aparecer en algún momento. ¿Dónde
c*j...
Hace 1 día
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenida sea la libre expresión de ideas... Ahora bien, no necesariamente lo que digas será compartido por mí, ni lo daré por cierto, válido o bueno.
Sin embargo, qué gusto tener gente que acude a mi convocatoria (soy muy simple)