Quiero estudiar. No quiero estudiar. Hay cosas más
importantes que estudiar.
Esas son las tres posturas que ahora mismo podemos ver en la
Universidad catalana.
De siempre, el estudiante ha sido como aquel que se apunta
al gimnasio (éste, gimnasio mental). No todos los que se apuntan, van, o quieren
realmente hacer el esfuerzo que supone conseguir los resultados que promete.
Y eso no pasa sólo en Cataluña o sólo hoy. Mi primer día
como universitario participé en una sentada, y no en los bancos de un aula como
tocaba. Cualquier excusa es buena, y también: el espíritu es pronto pero la
carne es débil.
Encima, si la excusa es romántica e idealista, y nos ofrece sentirnos
luchadores de una causa justa, de algo más alto que saber lo que dijo en un
manual un señor con bigote hace un tiempo indeterminado, pues mejor que mejor.
Seamos rebeldes, seamos revolucionarios, cambiemos el mundo, resistamos...
Etcétera.
Al final, la mayoría de la gente acaba estudiando algo,
consiguiendo un papelito que dice que estudió algo y blandiendo ese papelito
para convencer a alguien que le contrate. Y, si tiene suerte y lo consigue,
entonces descubrirá que o no estudió suficiente o lo que estudió no tiene mucho
que ver (o poco o nada) con lo que acabará haciendo profesionalmente. Pero ésa
es otra historia.
Lo que pasa en Cataluña hoy no es lo mismo, porque se mezcla
con cuestión:
Quiero hacer huelga. No quiero hacer huelga.
Los demócratas dicen que el derecho a la huelga incluye el
derecho a no seguirla.
¿Y pueden los chicos catalanes que quieren ir a clase
hacerlo? ¿Les dejan esos otros "compañeros" que embozados bloquean
las entradas?
Yo, que creo que la libertad es el valor más importante,
rechazo por definición a aquellos que intentan impedirme decidir. Esos que no
dejan al chico que pagó el gimnasio elegir si quiere o no estudiar NO son
demócratas.