Alguna vez he mencionado a mi hijo, un tipo estupendo donde los haya. Es listo (pero listo!), es guapo (pero guapo!), es creativo, tiene talento como para poder llegar algún día lejos, tiene sentido del humor...
Desgraciadamente, por eso de la Ley de Compensación Universal (Ley Mierda o Life-is-a-bitch Act – ....no la busquéis por ahí, porque es designación propia para ese tipo de situaciones de “si quieres ser Superman e invulnerable y no sentir una bala disparada contra tí tampoco podrás notar los labios de una mujer que te besa”) no ha tenido una vida fácil: paso su infancia como diana de todo abusón y tonto-baba que por envidia, aburrimiento o mezquindad general de carácter siempre tiene que estar jodiéndole la vida a alguno.
Y es asombroso que haya sobrevivido a eso tan bien, que, salvo pequeños momentos de falta de seguridad en sí mismo y de injustificado acomplejamiento, es como decía Robin Williams de su hijo en Más Allá de Los Sueños, “el hombre que todos querrían como amigo, como hermano, como novio, como hijo, como padre...”.
Y tiene también otros rasgos que, aunque queden muy bien en teoría, no hacen fácil la vida de un chaval de 18: cree en el Amor Verdadero y se quiere reservar hasta encontrarlo. Desoyendo mis consejos posibilistas y cínicos de oportunista sexual (“líate con la que puedas, aunque no te convenza del todo, y así practicas”), rechaza a las que le salen al encuentro hasta dar con la que sí, con la de "esta es para toda la vida". Y cree en la monogamia, y no añadiré “tócate los cojones!” porque es algo que yo he aceptado como pago por estar con mi chica (aunque sueñe con nostalgia en un mundo donde dar rienda suelta a mi lujuria eterna y a tanto deseo insatisfecho, jajaja).
Todo este rollo-prolegómeno era para establecer el personaje.
Ahora, la trama.
Resulta que está estudiando aquello que siempre quiso hacer. ¡Sí, es de esos que tienen una vocación clara desde niño! (bueno, a los 5 años quería ser guardia forestal y a los 3 ser un ciervo). Animación (dibujar).
Todo lo que no ha querido (no ha necesitado tampoco) currar en su trayectoria escolar lo ha puesto al servicio de sus estudios actuales. ¡Va a por todas, el hijoputa! Si no puede salir porque tiene que dibujar para un trabajo de su uni, pues no sale.
Eso tampoco es lo normal. Lo normal es ser bastante más vago y darse gustos que a lo mejor no convienen o no sirven para nada (salvo para hacer la vida más entretenida, complicada y, a ratos, un poco idiota).
El caso es que le toca, como nos toca a todos los que estudiamos ahora, someterse a ese horror-tortura made in Bolonia llamado “trabajo en grupo”, donde gente muy distinta en capacidades y aspiraciones se supone que tienen que producir algo juntos. ¡Vaya mierda más gorda! Y se supone que es una “adecuada” preparación para un futuro donde uno trabajará en organizaciones y equipos... Y sólo es cierto hasta cierta medida, porque no negaré que incluso en un trabajo remunerado de adultos ¡te encuentras con cada unooo que....! Siempre hay ineptos, y escaqueadores profesionales, y de los que se apuntan medallas por lo que no hacen, etc.
Revisando ahora en mi asignatura de Filosofía del Lenguaje esa “teoría francesa” en la que se mete a bulto por igual a Ricoeur, Bourdieu y Foucault y a otros diversos en los que se incluyen muchos estructuralistas de los años 60-70, me he enterado que “El Autor ha muerto” y que es propio de románticos trasnochados creer en el genio individual creador, sujeto y dador de sentido. Pues yo soy romántico y, mal que me pese, individualista (que a estas alturas creo que es en la práctica una maldición en muchas ocasiones) . Traduzco: en cuestiones creativas no acabo de creer en la creación en grupo. No la niego absolutamente. Pero la chispa, el primer momento de una idea, siempre es, en mi opinión, cosa de uno, con nombre propio. E incluso su ejecución, donde cabe más la mano múltiple, suele acabar siendo también cosa de uno, uno sólo, y no de “un grupo”.
Ahora mi pobre churumbel que quiere romperse los cuernos por su sueño, tiene que rompérselos dos veces en trabajos donde querer hacer lo mejor posible y tener las ideas más o menos claras sobre cómo conseguirlo supone ir tirando, arrastrando como alma en pena, de esa cadena de gente que no sabe o no quiere o cree-que-sabe-pero,- al- final... -.
Puta humanidad, que cuando vaguea odia al que la persigue para que no lo haga y quizá hasta le acuse de perfeccionista idiota o de tiranía (“¿y a tí quién te ha elegido como jefe?”, dice), y cuando no es realmente competente odia al que le recuerda que las cosas no se hacen así sino de esta otra forma (“bueno, esa es tu opinión, pero yo tengo la mía”... sí, porque todo el mundo cree tener gusto y criterio e imaginación, incluso los que no los tienen).
Casi prefiero al escaqueador profesional que sale con una excusa peregrina para saltarse las reuniones inevitables que a ese otro que está muy satisfecho consigo mismo cuando todo lo que produce no supera el aprobadillo (y eso, si llega).
Ah, sí!, el gran pedazo de hijo de su p... que inventó los trabajos en grupo puso en marcha una maquinaria en cuyos engranajes quedan trituradas relaciones que, de otra forma, serían perfectamente cordiales.
Todos nos soportamos... hasta que nos toca soportarnos de verdad.
Así que ahí tenemos a mi hijo (justo donde he estado yo mismo en alguna ocasión no lejana) sufriendo porque quiere cumplir hasta la extenuación y ve que otros de su grupo o no quieren o no saben... y se resienten de su intención. Lo dicho: desde soberbio a tirano a “¿quién coño se cree que es?”, etc.
Hasta tal punto que le comentaron al profe de turno que daba problemas, manda huevos!, retratando a la víctima como verdugo y malvado. Y el profe quiso dar lección ejemplar y en público y de la forma más cruda posible le dijo, con todo el peso de su autoridad, que quién coño se creía que era y que era una piltrafilla y que a alguien como él no lo cogería él para ningún trabajo. Así que cornudo y apaleado. El profe se despachó sin saber realmente una mierda, como es propio de gente que llega tarde a una película y ya cree poder entenderla por lo que le cuentan otros.
Prepotente, le llamo, que es otra forma de afear la soberbia, el hubris (hibris), la vanidad, tan repulsiva en el otro como aceptable y justificada cuando es propia. Y en ese momento me entraron ganas de ir a visitarle y, siendo quien no soy, moler a palos a ese “educador” de tres al cuarto. Porque es mi hijo, sí, y le había hecho daño, pero sobre todo porque es absoluta y totalmente injusto. Y si mi hijo me hubiera dejado, le habría soltado al menos uno de esos juegos de palabras a los que soy tan asiduo. “Prepotente no: prepotente, potente y pospotente!”, parafraseando a aquel chiste del hombre que decía que tenía la polla tan larga que tenía prepucio, pucio y pospucio.
Mire Usted! Que no todos somos iguales, y algunos son mejores en una determinada cosa, y en determinados contextos o compañías muuucho mejores. Que lo acepten. Sí, no soy Shakespeare, pero sé escribir mejor que unos cuantos con los que me he topado en esos trabajos en grupo. Sí, no soy la releche que mi vanidad me lleva a creer que soy en ocasiones, pero sigo siendo producto lácteo entero comparado con otros que no llegan a agüilla coloreada de blanco que dicen que es desnatada. Un ejemplo: hay que hacer una unidad didáctica y yo digo “se usan infinitivos en la redacción de Objetivos... y no cualquiera, ya puestos en plan purista, sino los de una lista dada”. A lo que alguien contesta con esa frase genial para hacer guerra de trincheras “bueno, esa es TÚ opinión... pero yo creo que...”. Y a ver quién le convence de que no, que no es MI opinión, como tampoco lo es que dos y dos son cuatro y no dieciséis por más que se empeñe en expresar su opinión el otro.
Y sí, mea culpa, soy como todos los que se sienten en posesión de la verdad o en la persecución empecinada de una meta, un soberbio, un capullo, un dictador, un... Whatever. Reconozco mi deficiencia, mi falta, mi pecado. Pero.
¡Pobrecito, mi hijo! ¡Y pobrecito yo, que para ciertas cosas creo estar más dotado que otros (tal vez equivocadamente) y que me falla totalmente la inteligencia emocional y la habilidad de fingir esa creencia de “todos somos iguales en inteligencia, talento, capacidad” y “lo tuyo es tan bueno como lo mío”!
Mi hijo, que como digo es listo, más listo de lo que soy yo, ha sabido ver en esto una punta que a mí se me escapaba: que el profe la cagó y ahora está en deuda, que sus compis de trabajo (compis de mierda) la cagaron y ahora se sienten culpables de haberle llevado al paredón inmerecidamente. Cree que ahora podrá hacer trabajar algo más al vago y ser más abierto al que dinamita la imposición de lo que es mejor para todos. ¡Qué tío! Cuando sea mayor quiero ser como él.
Y ya de paso, ser más humilde y saber tratar mejor (“a los que no llegan a mi altura”, dijo el soberbio de los cohone’, jajajajaj) a mis semejantes (iguales no: superiores en unas cosas, inferiores en otras... hasta ahí estoy dispuesto a aceptar como cierto)
¿Quién sabe donde?
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¿Pero dónde leches está? La maldita puerta, la del texto de arriba, la que
--estoy de acuerdo con A J-- debería aparecer en algún momento. ¿Dónde
c*j...
Hace 1 día
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