No eran piedras. O sí. O ya se habían convertido en algo más valioso, algo propio. Después de todo las había recogido él, las había guardado en sus bolsillos, ¿cuánto tiempo?, eso es atesorar. Y a lo mejor las reconocía a cada una al tacto: ésta rugosa y larga, aquélla plana y extraña con una veta amarilla como de oro, la otra tal vez estaba viva (estaba cubierta en parte de musgo) ... Ya formaban parte de él, ni más ni menos que su ropa, segunda piel. Canicas, tal vez, tabas. O piedras preciosas. O cada una con una historia, un momento, en piedra, de piedra. Un esfuerzo al agacharse. Ésta sirve. Los bolsillos van pesando cada vez más cuando decide sumar otra y otra.
Así comenzó.
Pero tiene un sentido, coleccionar piedra, migas de pan fosilizadas, cuentas, conchas, ramitas... Cada cosa que ha tomado del camino tiene su función.
Y ahora llega.
Suelta, suelta, suelta. Espaciada cada piedra. Una mirada rápida al suelo para ver como caen, se quedan, marcan el rastro, dejan la huella. ¿Dónde vamos? ¿Y eso quién lo sabe? Pero al menos ahora hay piedras. Anónimas para el resto. Unas piedras entre piedras. Pero para Pulgarcito son hito, señal, memoria.
Suelta, suelta. Pulgarcito va dejando trazas de sí mismo, leves e ignoradas para el mundo que le lleva preso, la vida que le arrastra lejos.
Me gustaría pararme, piensa. Pararme ya para ir a su encuentro. Volver la vista. Recordar. Comprender aunque sea tarde, después, a posteriori, el sentido del viaje, porque todos los viajes solo tienen sentido cuando ya has llegado, caminosehacealandar y nunca antes. Será verdad que lo tendrían, es el Destino dicen los que han llegado a su destino, pero no lo sabíamos. ¿Cómo lo ibamos a saber? No andamos, nos conducen, nos empujan. Anda pa'lante! Vamos! Sigue!
Cómo de largo es esto? Cuánto falta? Cuántas piedras más, tesoros, partes de nosotros mismos, ocasionales compañeros de viaje, momentos, podemos ir dejando tirados, detrás, abandonados, cada vez más lejos, cada vez menos reconocibles, cada vez más antiguos (muertos)...
Pulgarcito, digo yo, se quedará sin piedras. Seguirá andando, pero progresivamente más vacío, poco a poco, cada vez más desnudo y hueco. Sin cuentas no hay cuento, los ojos sin brillo, sin capacidad de reconocimiento, como ojos ciegos, pupilas como cuentas, piedras sin alma.
Pulgarcito rogaría entonces a sus captores, o a los que le destierran: "un momento, dame un momento".
Pulgarcito era el chico que tenía piedras o migas o canicas en el bolsillo. Cuando las suelte ya todas, si no vuelve a recogerlas, a reandarlas... quién es? Otro pobre niño perdido.
¿Quién sabe donde?
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¿Pero dónde leches está? La maldita puerta, la del texto de arriba, la que
--estoy de acuerdo con A J-- debería aparecer en algún momento. ¿Dónde
c*j...
Hace 2 días